La típica crítica de instagram es que da una sensación falsa de que todo el mundo es feliz a toda hora. Por cierto: la solución de las influencers de alternar una foto llorando cada cinco fotos sonriendo -lo llaman “humanizar” instagram- me parece que soluciona poco y en cambio da mucha vergüenza ajena. La solución ya la dio, y la justificó, Jonathan Haidt en su libro Generación ansiosa: menos -no más- instagram.
Pero hoy no quiero escribir sobre la manera como instagram disparó la depresión en adolescentes, sino sobre la manera como la vida ficticia de instagram se ha ido tomando la vida real y cada vez nos ha puesto a vivir vidas más fake. Y es que la elección de snapshots de felicidad que cada quien hace -la cosa más natural, si me preguntan- exhibe una vida desproporcionadamente feliz y exitosa, pero lo grave no es que nos haga sentir inadecuados en comparación con una modelo que toma té macha en Miami, sino que nos hace creer que la vida tiene una naturaleza de progresiva felicidad que simplemente no tiene.
En mi experiencia la vida es feliz y luego no. Y luego vuelve a serlo. Y a veces uno está contento, pero otras veces está modo combate. A ratos Heidi cantando en los campos, a otros Michael Jordan sentado en un sillón amarillo meditando la próxima venganza. Media hora en instagram le muestra a uno que la vida es una progresión hacia la felicidad; media hora de un martes frío bogotano le aclara que esto más que una progresión es una procesión. En la película La búsqueda de la felicidad (muy buena) queda claro que luego del sufrimiento y la escasez viene la recompensa, es decir, lucrarse como broker wallstreetsudo de los 90. El formato narrativo en el que luego del nudo viene el desenlace no alcanza a contemplar que luego aparece un nuevo nudo; no sé: un tumor, un embarazo no deseado, un arancel del 25%.
En fin. No era mi objetivo desmenuzar la vida sino solo ilustrar la cosa tan obvia de que la vida es cíclica y no progresiva. La ilusión instagramera se funde cada vez más con la vida. O mejor dicho: con las expectativas que tenemos sobre la vida. La gente espera que la vida vaya siempre en ascenso, o al menos nunca pierda nivel, y yo creo que esa es la razón por la que somos una generación tan aversa al riesgo.
Quizás aversa al sacrificio es más preciso. Al sacrificio riesgoso. Finalmente la gente si asume el riesgo de endeudarse para hacer la maestría en el exterior, pero seamos sinceros: pocas apuestas más seguras. Yo creo que un factor no menor del colapso de la natalidad tiene que ver con lo inconcebible que se volvió el retroceso. Nadie está dispuesto a echar para atrás en su comodidad, en su estatus social, ni en su calidad de vida. Su perfil de instagram no lo toleraría.
Es, en breve, la generación más conservadora de la que tengamos noticia. Más conservadora que las cientas de generaciones rezanderas que nos precedieron. Queremos conservar lo ganado. Nadie contempla bajarse el sueldo, ni volver al barrio del que ya se mudaron, ni perder metraje cuadrado en su próxima elección de vivienda, ni pasar de sábanas de 360 hilos a una carrasposa de 180 (yo tampoco).
La vida será instagramera o no será. Esto es, cada vez más play, cada vez más amplia, cada vez más envidiable. La gente no suelta el trabajo al que quiere renunciar hasta que no tenga el nuevo asegurado; no suelta su relación floja en búsqueda de la inquietante (como sugería Estanislao Zuleta) hasta que no tenga, como el mico, la mano izquierda en la siguiente liana.
Dicen que es una generación con temor al fracaso; yo digo que es una generación que no está dispuesta al retroceso.
Y creo que es un error fatal por dos razones: la primera es el cuento budista de que para llenar el vaso con algo nuevo primero hay que vaciarlo de lo que ya tenía. Soltar. La segunda es que -no tengo pruebas, pero tampoco dudas- los grandes avances están precedidos por retrocesos.
Recomendación de la semana:
Podcast: The Ezra Klein Show
Esta semana en Atemporal: Conversé con el exministro Juan Camilo Restrepo sobre la crisis del 98 en Colombia, cómo se enfrenta una crisis, el capitalismo en épocas de Jaime Michelsen, qué significa ser conservador y más!
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Me gustó un video que vi de COMFAMA en el que contaban cómo habían logrado pasar a una semana laboral de 5 días para todos sus trabajadores sin dejar de prestar sus servicios habituales (incluso en fines de semana). Con un sistema eficiente de turnos, lograron que muchas personas puedan programarse y tener suficiente tiempo para actividades valiosas: visitar familia, ocio, deporte.
Eso me parece muy valioso de COMFAMA: están constantemente poniendo sobre la mesa temas importantes para el futuro del trabajo. En esta nueva era que está a la vuelta de la esquina, los líderes de organizaciones bien harían en acudir al conocimiento acumulado en siete décadas de existencia y trabajo que tiene COMFAMA.
Cada newsletter igual de bueno que el anterior.
Gracias. Necesitaba leer esto.