Quieres ser leído por millones, pero te parece «injusto» tener mil haters dedicados.
Eres presidente por fin -lo que siempre quisiste- y ahora no paras de quejarte de que todo el mundo está en tu contra. No fucking wonder: eres el presidente.
Prefieres la ciudad en la que se puede caminar a la que hay que montarse a la troca hasta para ir por un helado. Y aun así te lamentas de que no puedes caminar con tu rolex pues te convierte en objetivo militar de los atracadores.
El impuesto a vivir en Bogotá son dos atracos en quince años. El impuesto a vivir en Medellín es no poder caminar, o sea no poder pensar (a menos que uno sea capaz de pensar en un carro, o en una troca).
Querías vivir en una ciudad civilizada. Devolverte de la fiesta caminando a las tres de la mañana. Y no entiendes por qué puedes tenerlo todo en esta vida, salvo un poco de respeto de parte de tu jefe, que te sigue diciendo sudaca.
Te gustaba leer, pero ahora trabajas todas las horas que estás despierto, no lees, y aparte de todo el caso que te tocó es en una mina en Bolivia. Es el precio a pagar por ganar más plata mensual que un ministro. Llamemoslo The Mckinsey Tax.
Te nombraron ministro y ahora la prensa investiga hasta a tu prima segunda que no ves desde el bautizo de tu sobrina. ¿Qué esperabas? El costo de entrar en el shortlist de poderosos no es cero.
Toda elección trae sus impuestos.
Everything is about trade-offs.
La gente se va a molestar por el espanglish. Otro trade-off.
Mejor que se molesten a tener que reemplazar (o como digo yo, tradear) trade-off por disyuntiva.
Un empresario bogotano —especie que no he podido saber si está en extinción— dice: «desde el inicio, la empresa nace con un socio natural, el Estado, que se lleva una tajada de las ganancias».
¿Querías ser empresario y además no querías pagar impuestos? Ah, ya. Lo querías todo.
«Quería el mundo entero, o nada en absoluto», como escribió Bukowski.
Me gusta el ejercicio de aceptología del empresario bogotano. Hay una realidad inevitable. Hay un socio natural que se lleva una tajada de las ganancias, a la cuál llama impuesto.
Es igual con todo. La vida se lleva una tajada siempre. Todo tiene su impuesto. La fama tiene impuesto. El bajo perfil tiene impuesto. Ser un ciudadano del primer mundo tiene impuestos. Ser un ciudadano del tercero tiene impuestos. Ser un ciudadano del tercer mundo y migrar al primero también. Manejar troca tiene impuestos, así como caminar.
Afortunadamente hoy más que nunca muchos estamos en capacidad de escoger nuestros impuestos. El problema es escogerlos y no entender que lo son. O peor: escogerlos y no aceptarlos.
Son impuestos. Son inevitables. Y entre más rápido uno deje de tratarlos como motivos de queja, mejor. Son los precios que pagamos por vivir como elegimos vivir.
Me parece útil entenderlos así. No es que tener socio sea muy complicado, es el impuesto por elegir no hacerlo solo. No es que uno sea un pobrecito porque nadie lo entiende, es que ese es el impuesto por seguir una trayectoria inexplorada.
Incluso en los «paraísos» fiscales hay impuestos. O si no crees, ándate a vivir a Islas Caimán y nos avisas cuando estés bien aburrido de la vida de isla, gozando de los impuestos cero al capital, y odiando la sal marina que te está haciendo ir otra vez, en la troca, a comprar un pote de pintura más.
Recomendación de la semana
Película: Matar a Jesús de la directora Laura Mora
Esté peliculonon, descubrí, está en Netflix. Es sobre una mujer que para matar al sicario que mató a su papá termina seduciéndolo.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Gabriel Silva Luján sobre Virgilio Barco y lo que implicó ser un hombre de Estado en medio de la arremetida narcoterrorista de Pablo Escobar. Tengo la sensación de que esté episodio envejecerá como un documento histórico! Espero la disfruten:
Queremos siempre todo, sin pagar un precio. Si entendiéramos esto en cada área, seguro viviríamos más tranquilos y felices…buen post Andrés 👏🏻
De eso tan bueno no dan tanto….