Mi momento preferido cuando era corredor (runner, no de bolsa) era cuando en mi playlist sonaba la canción de 8 mile de Eminem. Ahora pienso que más que correr lo que me gustaba era escuchar música corriendo. Era doping puro. Pero doping benigno, en todo caso. Doping en el que, sin pastillas, uno siente que vuela, como Brad Pitt en la escena épica de Fórmula 1.
Hay algo que está mal decir en el mundo de intelectuales en el que (no) me muevo y es que mis películas preferidas son las que me hacen sentir cosas. No las que me hacen pensar, ni las que innovan respecto del canón filmístico. No Killers of the Flower Moon sino Interstellar, que me hizo sentir que si Cooper había sido capaz de volver a ver a su hija yo tenía que aspirar a algo más en mi vida que a contestar derechos de petición. No Moonlight sino El señor de los anillos, la trilogía al cabo de la cual me da la sensación de que enventualmente el chavismo será desterrado de este mundo. No es Ciudadano Kane sino más bien Casablanca y esa imborrable escena de La marsellesa, que me emociona siempre que la veo.
Vi en cine (gracias Cinecolombia por no quitarla aún) Fórmula 1 y salí con ganas de hacer push-ups y meterme en un tanque de hielo a ver si algún día me parezco a Brad Pitt (al menos Brad Pitt cincuentón) y por ahí derecho salí con ganas de competir en F1. Aunque nunca me han interesado los carros, o sea que en realidad lo que me provocó fue ser campeón del mundo en algo. La ambición suele tener una definición así vaga. Como Averell Harriman, el diplomático legendario, que cuando era joven tenía el anhelo de ser alguién (become somebody and something) en la vida.
Eso tienen las grandes películas, en mi opinión. Avivan la llama. Sale uno de la sala de cine con indigestión por las crispetas pero con vocación de conquistador. Y eso dura unos gloriosos minutos. A veces días.
Me puse a pensar si alguna película colombiana me ha hecho sentir así. Todavía no se me ocurre una.
Me ví El poeta (muy buena) y sale uno con la sensación contraria: no con vocación de conquistador sino con vocación de evitar el desenlace del poeta. Con ganas más bien de nunca estar borracho en una calle del centro de Medellín en senda discusión con un indigente.
No conozco películas colombianas de historias de redención, como Interstellar, ni de historias de ambición y obsesión, como Whiplash. Ni empiecen con “pero Pablo Escobar”: esa es una historia de crimen.
Claro que comparar el cine colombiano con Hollywood es un despropósito; es comparar al gigante con la uña del bebé. Pero no creo que carezcamos de películas inducentes a la ambición por un tema de dólares; creo que es, sobre todo, un tema cultural. Si aquí hubieran hecho la película de la Fórmula 1, nuestro Brad Pitt no sería retratado como el niño promesa que regresa tres décadas más tarde a conquistar su sueño, sino que probablemente nos habríamos fijado en su arrogancia, esa falta de humildad que es en Colombia el único pecado cardinal. O peor: se nos iría la película entera en una exploración psicoanalítica de por qué el Brad Pitt colombiano no construyó un acueducto en Aracataca.
En este buen video, Hollywoods obsession with ambition, se critica la obsesión gringa con la ambición y se contrasta con la película Perfect days (buenísima) en la que un japonés que limpia sanitarios demuestra que se puede ser feliz apreciando las pequeñas maravillas de la cotidianidad y escuchando Van Morrison en una van.
En Colombia hemos tenido otro tipo de fijaciones en nuestro cine y eso es un espejo natural de nuestras obsesiones nacionales. Nuestro cine, como nuestro país, no está particularmente obsesionado con la ambición (y nuevamente: una cosa es ambición y otra el crimen y otra la codicia). Y quizás eso es bueno: si tuvieramos cine de ambición lo más probable es que le dieramos el tratamiento colombiano a la ambición.
Tendríamos entonces el biopic de Juan Pablo Montoya, el arrogante, y la muy aburrida película de García Márquez, el señor que se fue a Paris, no a buscar un sueño (esa sería la versión de Hollywood), sino en una clara muestra de desidia por su pueblo natal.
Recomendación de la semana:
Canción: mi preferida de Van Morrison
Esta semana en Atemporal: Entrevisté a Maria Victoria Llorente, directora de Ideas para la paz, sobre Malcolm Deas, la seguridad, la idea de llevar el Estado a los territorios y por qué no se ha logrado en tantos años.
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Me gustó un video que vi de COMFAMA en el que contaban cómo habían logrado pasar a una semana laboral de 5 días para todos sus trabajadores sin dejar de prestar sus servicios habituales (incluso en fines de semana). Con un sistema eficiente de turnos, lograron que muchas personas puedan programarse y tener suficiente tiempo para actividades valiosas: visitar familia, ocio, deporte.
Eso me parece muy valioso de COMFAMA: están constantemente poniendo sobre la mesa temas importantes para el futuro del trabajo. En esta nueva era que está a la vuelta de la esquina, los líderes de organizaciones bien harían en acudir al conocimiento acumulado en siete décadas de existencia y trabajo que tiene COMFAMA.
buen thinkpiece. iria a cine a verme la version de hollywood sobre jp montoya.
Buen artículo. Mi parte favorita como runner, es cuando escucho Everybody Wants To Rule The World o algún clásico de Soda Estéreo.