Me preguntan desde ya que cuál será mi eslogan para el 2026.
Colombia quiere billete.
No les he contado, pero un domiciliario me gritó.
Me fui a trabajar a la biblioteca Virgilio Barco (extraordinario lugar) y pedí un Rappi de almuerzo.
Como era mi primera vez en la biblioteca, y hay tantos puntos de acceso, me asaltó la inseguridad.
“¿Por qué lado está?”, le escribí al domiciliario.
Pensé que el objetivo de mi mensaje era claro. Me interesaba, por sobre todas las cosas, saber la ubicación del domiliciario.
“¿Cómo que por qué lado estoy?”, contestó, y ya podía sentir que su próximo mensaje iba a ser de honda impaciencia para conmigo. “¿No ve el trancon tan HP?”.
Evidentemente mi mensaje no había sido inequívoco. Había en esas cuatro palabras suficiente márgen interpretativo como para que el domiciliario concluyera que yo era otro más de los clientes impacientes que lo estaban acosando.
Ahora, yo no gozo propiamente con el conflicto y por lo tanto me preocupé. Ese señor todavía tenía mi hamburguesa y, siempre y cuando mi intención de almorzar se mantuviera, iba a tener que verlo de frente.
Me imaginé que apenas me entregara el pedido me iba a escupir en la cara. O que al constatar la brecha entre su ira y mi pasividad iba a estallar en cólera como el personaje rojo de intensamente. Afortundamente, no sucedió ni lo uno ni lo otro.
Cuando nos vimos, el señor ya había caido en la cuenta de que se había puesto intensamente sin razón.
***
Es una cosa muy colombiana vivir al borde de un episodio de ira.
Somos como los personajes de Relatos salvajes (extraordinaria película), a la espera del malentendido o el improperio que finalmente nos desborde. Tenemos la mecha corta.
Entre las posibles causas debe estar el hecho de que la supervivencia es el modo default del colombiano. Una consecuencia natural de ser un país pobre, aunque hay quienes dirían que es estrés postraumático producto de la opresión española.
Hay épocas en las que la mecha se acorta. Algo o alguien le prende fuego y reduce unos céntimetros la ecuanimidad ciudadana. Pirómanos no faltan: siempre hay alguien dispuesto a recortar mecha. A disminuír el delay entre estímulo y reacción de la gran familia colombiana.
¿Qué podría alargar la mecha emocional de los colombianos? Algo que nos saque del modo supervivencia. En palabras neutrales: fajos de billetes.
No hay cosa más desestablizadora que las penurias económicas. Complica todo: la psique, las relaciones, incluso la digestión.
Volvamos a la campaña: Colombia quiere billete.
¿Aparte de la selección Colombia, qué nos une a los colombianos? Crepes & Waffles, Frisby, y Chocorramo son las respuestas usuales. Simpáticas, pero insuficientes.
Probemos una nueva: lo que une a los colombianos es que ninguno está convencido de que tiene suficiente dinero.
El rappitendero enojado quiere más plata, yo quiero más, Andrés Mejía Vergnaud sin duda quiere más.
Uno lee a Alfredo Molano y se da cuenta que hay una constante que explica el éxito para reclutar de las guerrillas, paramilitares, y grupos criminales: eran los mejores empleadores en sus zonas. Eran, en plata blanca, los únicos con billete. ¿Cómo ofrecemos oportunidades económicas lícitas para que entrar a traficar a un grupo de esos no sea la única posibilidad de futuro?
Volvámoslo un propósito nacional. Un proyecto país.
Colombia quiere billete, bien habido.
Lo bueno de una misión así es que a diferencia de otras (como la seguridad, por ejemplo) en esta no dependemos exclusivamente del Estado, aunque también el Estado puede participar de este proyecto de todos los colombianos (así como lo puede trancar también).
¿Hace cuánto no tenemos un proyecto país que nos emocione a todos?
Colombianos: su responsabilidad con el país es volverse ricos, de manera lícita. Miren a ver cómo resuelven.
Algo así, creo yo, nos pondría a andar.
Recomendación de la semana
Película: Relatos Salvajes
Si no han visto esta obra maestra, háganlo. Parece que está en Prime y HBO.
Esta semana en Atemporal: Conversé con el periodista venezolano Roberto Deniz, que destapó la historia de corrupción de Alex Saab, el pseudo empresario barranquillero que terminó siendo mano derecha de Nicolás Maduro.
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Pocas instituciones han sido tan promotoras de la lectura como COMFAMA (opinión personal) y hoy quiero contarles que uno de mis lugares preferidos para trabajar -cuando estoy en Medellín- es la biblioteca de COMFAMA al lado del café Otraparte. Es uno de los pocos lugares silenciosos que van quedando en Colombia y siempre me ha gustado trabajar rodeado de libros.
Aquí pueden conocer el catálogo de libros para préstamo que tiene COMFAMA en sus bibliotecas, algunos de ellos en versión digital.
Hola Andrés,
Hace poco empecé a leer El Artesano de Richard Sennett y creo que es un libro -y autor- que le puede interesar. Aunque tal vez ya lo conoce. En todo caso, pensé en varias de sus columnas y podcast en algunos pasajes del libro.
Gracias por el tesón de todas las semanas.
Saludos.
Postulás: "lo que une a los colombianos es que ninguno está convencido de que tiene suficiente dinero". Paradoja: ¿hasta dónde también lo pensamos del próximo?, ¿hasta dónde también creemos que el otro tampoco tiene el suficiente dinero?.
Señalás que es "una consecuencia natural de ser un país pobre" (y estoy de acuerdo). Pregunta: ¿hasta dónde lo que nos hace pobres es la envidia colectiva por la creencia equivocada que el otro está mejor que uno?
Lanzás una buena hipótesis para un propósito colectivo, sin embargo lo será cuando lo pensemos desde la posición propia y desde la posición ajena. Eso implica algún grado de solidaridad, empatía y generosidad que son geográficamente ajenas a ese imaginario colectivo llamado Colombia.