No tengo claro el momento en el que volví a interesarme por la historia de Medellín en los años 80. Quizás tuvo que ver con mi regreso, tras trece años ausente, a la ciudad en la que nací. Pero la explicación puede ser todavía más simple: una inocente pregunta en una entrevista de Atemporal que se transformó en un interés que ya ha abarcado varios episodios del podcast. Lo bueno de estas investigaciones (exploraciones, tal vez, es la palabra precisa) es que las entrevistas son lo suficientemente lejanas entre sí para que haya tiempo de digerir la anterior conversación y enriquecer la siguiente con una o dos lecturas. Estas son algunas ideas preliminares que me he ido formando sobre Medellín en los 80:
Lo primero es que aunque hoy muchos miran hacia atrás con el orgullo del superviviente, no hay que confundirse: fue una época traumática para quienes la vivieron. Aún hoy se recuerdan las ventanas protegidas con cinta pegada en forma de X para contener el vuelo de los vidrios cuando una bomba los estallara. La medida que decretó el alcalde Juan Gómez Martínez (que estuvo en el podcast) de manejar con la luz prendida al interior del carro (para que pudieran ser identificados por las autoridades) curiosamente ha sobrevivido en la memoria colectiva. Si esas medidas menores no se olvidan, pues mucho menos se olvidan las bombas y los asesinatos.
En más de una entrevista se resaltó la manera como los empresarios le hicieron frente a la difícil situación. El CEO de Argos, José Alberto Vélez, contó cómo fue recuperar las acciones de Everfit con las que se había hecho un narcotraficante, y Ricardo Sierra Moreno, hombre importante del GEA, confesó que de no haber estado casado se habría enlistado en el ejército para cazar a Escobar. Muchos empresarios fueron amenazados, otros sufrieron atentados y secuestros en sus familias. Esa versión sobre el papel de los empresarios frente a Escobar contrasta con otra que he escuchado más de una vez en Bogotá según la cual los empresarios paisas se «torcieron» y tuvieron negocios con los narcos. Esta última generalización me parece injusta pues desconoce el precio que pagaron muchos al enfrentarse a los narcos. Que algunos empresarios (como Diego Londoño White) se hayan aliado con los narcos no debería enlodar las acciones valerosas del resto.
Descubrí un hecho fascinante en medio de estas pesquisas: Virgilio Barco, el presidente de la república, no le pasaba al teléfono al alcalde de Medellín, Juan Gómez Martínez. Especulé sobre las posibles razones en este escrito. Hoy sumo un par de observaciones. Personas cercanas a Gómez Martínez dicen que la explicación era que Barco estaba enfermo y su mente estaba ida. Los cercanos a Barco dicen, en cambio, que esa versión de la enfermedad del presidente es exagerada y que la razón para que no determinara al alcalde de su ciudad más emproblemada tenía que ver con la ira del presidente con la actitud laxa de Antioquia frente a los narcos. Mientras que en Medellín proponían dialogar, el gobierno nacional había ordenado una guerra frontal contra Pablo Escobar.
Si ustedes tuvieron una educación de historia colombiana similar a la mía (o sea viendo el documental Colombia Vive y ese nauseabundo vértigo de bombazos y asesinatos) probablemente también se hicieron la idea de que Pablo Escobar fue un sanguinario criminal. Esa conclusión es cierta, por supuesto, pero también es parcial. El profesor Gustavo Duncan me introdujo por primera vez a la dimensión política de Pablo Escobar. Y no me refiero a Pablo Escobar sentado en el Congreso con un traje beige y una corbata fea, sino al hecho de que Escobar supo instrumentalizar el descontento y la exclusión de miles de jóvenes y les dio una razón para morir. Vale la pena detenerse un momento y preguntarse bajo qué circunstancias pudo un hábil matón darles sentido de propósito a unos jóvenes para que se lanzaran en una cruzada suicida y antiheroica contra el Estado. En el libro de Duncan, Más que plata o plomo, también es interesante ver la manera como Escobar terminó alejado del narcotráfico puro y duro y convertido más bien en un proveedor de servicios de seguridad para otros narcotraficantes. En el libro En secreto de German Castro Caycedo —recomendado por Duncan y muy bueno— se alcanza a vislumbrar a ese Escobar complejo que he sugerido aquí.
Volviendo al nauseabundo vértigo de los bombazos y asesinatos de los 80, otro aprendizaje interesante es que no todo muerto de ese entonces fue responsabilidad de Escobar. En 1989, el libro de Maria Elvira Samper, queda claro que la violencia de ese fatídico año venía de múltiples actores. Algunos aprovecharon la confusión del momento para, por ejemplo, eliminar a contrincantes políticos. La actuación de algunos miembros de la fuerza pública es otro tema crítico, sobre el cual nunca me había preguntado. En varios comunicados, Pablo Escobar habla de masacres a jóvenes de barrios populares supuestamente perpetradas por las autoridades. En una guerra tan frontal —en la que Escobar le ponía precio a la vida de un policía (y mataron algo así como 500 policías entre el 89 y el 92)— no es descabellado creer que la reacción de la policía fue tan severa que superó los límites de la legítima actuación del Estado. Esta hipótesis de que en Medellín había una guerra a muerte entre la policía y Escobar, con atrocidades de lado y lado, aclara aspectos oscuros de la época, como la extrañísima masacre en Oporto. Popeye (el problema de estos misterios es que los aclaran personajes oscuros no propiamente confiables) aseguró que la masacre del bar Oporto la cometieron miembros del bloque de búsqueda que pensaban estar ejecutando a sicarios de Escobar, cuando en realidad ejecutaron a inocentes que tomaban aguardiente después del partido en que Colombia quedó eliminada del mundial de Italia 90. Esta versión, por cierto, la creen algunos familiares de las víctimas de la masacre. Uno ve las despiadadas bombas en Medellín y se pregunta si eran puestas al azar para someter a la sociedad o si quizás algunas de ellas eran retaliaciones directas en medio de una guerra cruel.
El Coronel Augusto Bahamón Dussan consigna sus memorias de la época en el libro Mi guerra en Medellín. Me sorprendió el ambiente que se vivía al interior de la IV Brigada: desconfianza total. No se sabía quién colaboraba con los narcos. Muchos comandantes habían sido retirados de la institución, y no se precisan las razones para ello. Lo increíble es que se haya logrado dar de baja a Escobar con una institucionalidad parcialmente cooptada. Colombia parece estar destinada a salir adelante a pesar de su caos. Habría que hacer un esfuerzo por descubrir las historias de los funcionarios decentes de mediano rango (esos sí heroicos) que mantuvieron a flote a este país en medio de esa crisis.
Creía que las bandas de sicarios eran un fenómeno top down: Pablo Escobar necesitaba matones, de manera que los reclutaba entre jóvenes de barrios populares. No sabía que muchos de ellos se organizaban por su cuenta. Casi como preparándose para cuando el patrón llamara. En el libro En qué momento se jodió Medellín, Laura Restrepo escribe «Al contrario de lo que se cree, el sicariato juvenil no siempre está ligado al narcotráfico […] se organiza en cambio en bandas barriales independientes, y de cada veinte pandilleros, dos o tres logran conectarse con “la oficina” […] los otros dieciocho trabajan freelance».
Juan Luis Mejía plantea una pregunta fascinante: ¿Qué explica que en Antioquia, tierra en la que tanto se valora el trabajo, haya surgido precisamente esta cultura del dinero rápido? Por ahora no tengo respuestas.
Recomendación de la semana
Documental: Colombia Vive
Es interesante repasar este documental sobre nuestra historia reciente. Mucho bombazo y mucho mareo, pero vale la pena.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Martín Nova, que ha sido vicepresidente de mercadeo de Grupo Éxito y es autor de varios libros. Hablamos de las posibilidades que tiene un ejecutivo de mercadeo para ir más allá de pagar pauta, sobre crear cosas (Martín es productor de Colombia Magia Salvaje), la curiosidad profunda, los militares en la historia de Colombia y más!
Una época horrible e indeleble; sobrevivimos por pura suerte.
Sí, el narcotráfico permeó la sociedad a todos los niveles e incorporó un sistema de valores ajenos hasta ese momento a la historia de nuestras comunidades.
Sí, sobrevivimos pero aún padecemos esa distorsión: continúa el desprecio por la vida, por la autoridad del Estado, por el trabajo legal y honrado, etc. Algunos barrios en Medellín aún viven bajo la égida del terror de las bandas criminales auspiciadas por ese negocio e incluso se justifica erróneamente como desigualdad de oportunidades.
Sí, los empresarios en general (más allá del GEA, que es una de las narrativas) dieron ejemplo de resistencia y sobretodo lo hicieron muchos ciudadanos de a pie que se negaron a convivir con los narcotraficantes y aceptar sus valores; allí, en esa amalgama, puede estar la respuesta de cómo se logró levantar esta ciudad ante tamaña tragedia.