Ser esclavo de las redes sociales no tiene que ver solo con su manifestación más obvia, que es el tiempo que pasa uno atrapado en ellas. Tiene que ver también —y esto es tal vez más importante— con cómo nos ponen a pensar y a vivir. Este proceso ocurre sutilmente y es un horror cuando uno se da cuenta de cuán potente es.
¿Cuál es el costo de ser influencer de tiktok? La gente habla todo el día desde el otro lado de la ecuación. De los beneficios, que son muchos. Una capacidad extraordinaria para amplificar mensajes que antes, simplemente, no existía. Una ruta de movilidad social que cualquier estudioso de la pobreza habría soñado diseñar. ¿Pero qué hay del otro lado de la ecuación? ¿Cuál es el precio a pagar?
Los precios más evidentes son los costos asociados a la fama. El rarote que acampa afuera de la casa de las Kardashian. El divorcio mal llevado que termina en especial de Netflix. Pero hay un costo menos visible y más oneroso. ¿Qué sucede cuando uno vincula su éxito a un algoritmo?
Un McDonald’s encima de un volcán
Un empresario cuyo negocio estaba montado en Facebook dijo todo lo que había que decir: «este negocio es como tener el Mcdonalds más rentable del mundo, pero encima de un volcán». Nunca se sabe cuando va a estallar el volcán. Y el volcán estalla.
De un día para otro Instagram cambia el algoritmo y ya no le interesan las fotos ni los textos (como pueden ver, sigo dolido). La tiktoktización de Instagram plantea una pregunta para el creador y es si uno debe adaptarse al medio. Y aún más, si hay algo de diferente entre hacer videos y escribir textos. Pareciera que da un poco igual. El video puede ser un texto leído. Pero lo cierto es que no da igual. Subestimamos lo mucho que el medio nos condiciona.
Uno se sumerge en el universo twittero y muy pronto sorprende a su cabeza pensando en tweets. Los pensamientos vienen comprimidos y con un tinte de ingenio, pues eso es lo que premia el algoritmo de twitter. A mi me pasó que cuando era activo en Instagram me ponía deliberadamente en situaciones instagrameras. Piensen lo absurdo que es eso: decidir a donde ir o qué hacer para complacer el capricho de un algoritmo.
Me encontré en twitter, vaya ironía, una pregunta fantástica: si no pudieras contarle a nadie, ¿aún lo harías? Uno le pasa ese filtro a una persona promedio de mi generación y le tumba el 50% de los planes. Hacemos cosas para poder decir que hicimos cosas.
Supongo que no es un asunto nuevo. Pero creo que este efecto mimético es hoy más fuerte que nunca. Estas redes nos cooptaron el pensamiento. Va uno viendo el mundo desde el lente «¿qué video podría sacar de aquí?». No le sacamos jugo a la vida, pero sí muchos videos. Y también tenemos secuestrado el comportamiento: ¿me metí a la maratón para correr o para poder subir la foto a Instagram?
Aunque hay que aclarar que las motivaciones no andan solitarias. La acción humana surge de una multiplicidad de motivaciones. Uno quiere correr la maratón para probarse que es capaz, pero también para ver la ciudad de otra manera, y quizás incluso hay un pedacito motivacional de la foto-para-mostrar. Puede que la pura motivación intrínseca no exista y que siempre nuestra acción esté contaminada por algo de señalización y de validación. Pero eso no quiere decir que no existan mejores motivaciones que otras. ¿Vivir para mostrarlo? No sé, en estos momentos me parece de las motivaciones más insulsas de todas.
No deja de ser la nueva realidad y hay que hacerse a la idea de que hoy con las redes toda vida es pública, o al menos social. Y a medida que las motivaciones privadas pierden espacio vale la pena parar a preguntarse en qué momento caímos en un engaño tan elegante. Y es que las redes parecieran resaltar la individualidad, pero su fuerza mimética termina produciendo todo lo contrario: personas expresando su gloriosa individualidad, que no termina siendo nada diferente de la de su vecino virtual, pues vivimos inauténticas vidas hechas a la medida de la media.
Recomendación de la semana
Cantante: Nino Bravo
La gente tiene la impresión de que tengo alma de viejo y con este tipo de cosas no me ayudo. He estado escuchando a Nino Bravo, a quien por supuesto conocía con sus dos macro clásicos “Un beso y una flor” (la mejor canción en la historia de esta lengua?) y “Libre”.
Lo que más me llama la atención son las letras de esa época. No veo posible que alguien pueda volver a escribir cosas tan, ¿cómo dijeramos?, nice.
Les dejo el álbum por si hay ancianos y ancianas entre ustedes.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Ricardo Sierra Moreno, fundador de Distrihogar, sobre su amistad con Nicanor Restrepo, el genio de Nicanor, sus orígenes de emprendedor, el narcotráfico en los 80 y la respuesta de los empresarios.
En unas 5 semanas voy a correr media maraton y seguro que lo hago porque me quiero probar a mí misma que lo quiero hacer y disfrutar el entreno y todo eso, pero claro que tambien quiero poner la foto en alguna de mis redes sociales. Y ahora me pregunto que si no pudiera contarle a nadie, ¿aún lo haría? Tal vez sí... Pero parece que subir la foto hace parte del paquete de la experiencia.
Ufff... es muy difícil salir de esa necesidad de compartir todo.
Estamos en una era maravillosa para entendernos porque: "Dime de qué presumes y de qué careces"