
Hubo una generación de colombianos que lo sacrificaron todo para evitar que los narcotraficantes acabaran con nuestra democracia. Me parece que es algo que no hemos sabido dimensionar.
Murió Fabio Castillo, el periodista que escribió el libro Los jinetes de la cocaína. Un libro que publicó en 1987, en pleno auge de los narcos, y en el que básicamente nombra (en Colombia decimos boletea) a todo el que estaba relacionado con el mundo del narcotráfico. Publicar hoy un libro así es publicar un libro. Hacerlo en ese entonces era prácticamente un suicidio. Lo escribió cuando Pablo Escobar mató a su jefe -y mentor- Guillermo Cano. Así que uno podría decir que lo escribió con rabia. Un suicidio rabioso, prácticamente.
Hay que leer esta fantástica entrevista a Fabio Castillo. Ahí cuenta, entre otras cosas, que la persona que le entregó el expediente judicial que permitió probar los vínculos narcos de Pablo Escobar -en ese momento congresista- le dijo “con esto te estoy entregando mi vida”. A los tres días apareció muerta. También cuenta que su nombre en el exilio -obviamente le tocó huir tras la publicación del libro- fue Manuel Carreras. “Manuel por Manuel Gaona Cruz, que era para mí un faro político y personal”.
Hace unos días Mauricio Gaona, hijo del magistrado Manuel Gaona, dio una entrevista en la que contó una cosa que me pareció conmovedora. “Cuando le preguntamos a mi papá que quién era Pablo Escobar nos contestó que era un criminal que se quería tomar el país y que él no iba a permitir eso”. A los pocos días de esa respuesta, Manuel Gaona sería asesinado por el M-19 como lo demuestran múltiples testimonios que desmienten la narrativa (que es finalmente narrativa y no prueba) del presidente Petro y de algunos representantes del sector cultural colombiano para quienes es inevitable sentir compasión por unos guerrilleros que, pobrecitos, cayeron en la trampa del ejército (cuya retoma del Palacio, sobra decirlo, fue catastrófica e inhumana).
Un sobreviviente del Palacio fue Enrique Low-Murtra, otro que dio la pelea de frente contra los narcos. Su historia es dramática. Nombrado embajador en Suiza para su protección, se entera de la manera más azarosa de un plan para atentar en su contra. Al final de un día de compras, una turista colombiana escucha en un café de Ginebra el inconfundible acento de unos colombianos que dicen que “con este no nos puede pasar lo de Parejo”. Ella ata los cabos y descubre que así como a Enrique Parejo, a quien intentaron asesinar en Budapest, ahora los sicarios colombianos cosmopolitas habían llegado a Suiza para cazar a Low-Murtra. La señora logra alertar al embajador, a quien la policia de Suiza protege de manera competente. Pero luego vino la desgracia. “Pido a Dios y al Cesar (refiriendóse al presidente Gaviria) que me dejen en el exterior”, le comentó a algún amigo ante el cambio de gobierno y el reacomodo burocrático que suele venir con ello. No se cumplió su deseo y se vio obligado a volver a Colombia. Sería asesinado al poco tiempo.
Otro sacrificado más de esa generación.
Los apellidos de los sacrificados son muchos: Galán, Lara Bonilla, Franklin Quintero, Cano. Pero son más, muchísimos más, aquellos cuyos apellidos no quedaron registrados. Los jueces, policias, burócratas, funcionarios, ciudadanos. Tantos que dieron la vida, quién sabe si conscientes de que con ello evitaban que los criminales se impusieran.
Fue la primera vez que una guerra en Colombia no distinguió clases sociales. Hasta el presidente de la república, Virgilio Barco, emergió de esa guerra con un diagnóstico de estrés postraumático y su nieta estuvo a punto de morir cuando Pablo Escobar (que era un monstruo y hoy, posiblemente, un gestor de paz) puso una bomba en su colegio.
Hubo una generación en Colombia que estuvo a dispuesta a morir para frenar a los peores criminales y me parece que es algo que no hemos sabido dimensionar, mucho menos honrar.
Recomendación de la semana:
Sobre la generación que se sacrificó
La entrevista a Fabio Castillo.
La entrevista a Mauricio Gaona.
Esta semana en Atemporal: Entrevisté al sociólogo venezolano Tulio Hernández sobre el hechizo de Chávez, sus estrategias para consolidarse en el poder y las condiciones de la sociedad que permitieron su irrupción.

