Dicen que soy el último barquista porque me he interesado por Virgilio Barco y su presidencia. La figura del presidente Barco ha añejado bien con el paso de los años y hoy no son únicamente los barquistas los que reivindican su legado. Se anticipó al cambio climático y protegió la amazonía, restauró la democracia y sostuvo al Estado colombiano en medio de la amenaza terrorista de Escobar. Tomó decisiones inteligentes, decisiones visionarias, y decisiones corajudas cuyo costo quizás nadie más se habría atrevido a asumir. Y aún así su legado ha permanecido restringido a unos cuantos aficionados. La pregunta es por qué.
Si yo soy el último barquista, en estos días conocí al que quizás es el único duquista. Estoy exagerando, pero es que nunca había escuchado una defensa así del legado del presidente Duque. La imagen que tengo de Duque no es la mejor, así como muchos que vivieron bajo el gobierno de Barco no ponderan sus logros sino que se quedan con la noción de que Barco era medio tartamudo y medio ausente. “Pues no sabe echar discursos, pero el viejo es limpio y valiente”, decía un taxista en la época.
Encontré en una revista Semana de marzo de 1990 unos elementos que explican la imagen negativa del presidente Barco. No fue al entierro del director asesinado de El espectador, Guillermo Cano, ni al del procurador asesinado Carlos Mauro Hoyos. No sé si hubo razones válidas, pero lo cierto es que el costo simbólico de que el presidente no hubiera hecho acto de presencia en los homenajes a las víctimas de la guerra que él tanto había insistido que “tenemos que ganar” ha debido ser alto.
Me puse a pensar que las antipatías que uno desarrolla por los presidentes son producto más de lo simbólico que de lo sustancial. Un momento simbólico tiene el poder de manchar en segundos una reputación forjada en décadas. Piensen en la silla vacía de Pastrana, en la fuga de Escobar, en la toma del Palacio. Décadas de ascenso político deshechas en un par de imágenes de televisión. “Toda carrera política termina inevitablemente en el fracaso”, me recordó estos días un invitado.
Si me preguntan por mi antipatía por Duque, mucho tiene que ver con una visita que hizo a un pueblo en el que había ocurrido una masacre y las cámaras lo mostraban caminando por las calles del pueblo con unas gafas de aviador y un tumbao como de bacán. Muy bacán, muy poco presidente. Símbolos y más símbolos.
Barco, que era ingeniero, se ocupaba de las obras y desatendía los símbolos. Lo mismo podrán decir otros para defender el legado de su presidente predilecto: al menos el mío sí hacía cosas. El presidente actual, cuya obsesión con su autoimagen y predilección por la retórica Mejía Vergnaud advirtió desde el día uno, se ha dedicado a lo símbolico (para lo que tiene talento) y no a lo sustancial (pues implicaría, dios no lo quiera, trabajar). Son tantos sus stunts simbólicos que ya se nos había olvidado lo de la espada de Bolivar en su inauguración. Como suele ser el caso con Petro, habrá que esperar a ver si esta obsesión suya con los símbolos es una compleja estrategia calculada o una simple manifestación de su personalidad inspirada al leer a Byung-Chung Hal.
Quién sabe, puede ser que el hombre haya pensado que para qué se desgasta logrando algo si finalmente en la mente colectiva no caben más que doce segundos de televisión bien logrados.
Recomendación de la semana
Esta semana en Atemporal: Conversé con el exdirector de la DIAN, Juan Ricardo Ortega, sobre las tres razones por las que Colombia no ha cultivado capital humano, el rol del lenguaje en el estancamiento del país, la naturaleza contradictoria de los líderes, Hezbollah, crimen, cocaína, y mucho más!
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Me gustó un video que vi de COMFAMA en el que contaban cómo habían logrado pasar a una semana laboral de 5 días para todos sus trabajadores sin dejar de prestar sus servicios habituales (incluso en fines de semana). Con un sistema eficiente de turnos, lograron que muchas personas puedan programarse y tener suficiente tiempo para actividades valiosas: visitar familia, ocio, deporte.
Eso me parece muy valioso de COMFAMA: están constantemente poniendo sobre la mesa temas importantes para el futuro del trabajo. En esta nueva era que está a la vuelta de la esquina, los líderes de organizaciones bien harían en acudir al conocimiento acumulado en siete décadas de existencia y trabajo que tiene COMFAMA.
Creo que Duque añejará bien. Pese a errores, tuvo ministros preparados y avances en varios frentes, incluso en el acuerdo de paz -para el asombro de muchos.
La cuestión es si los colombianos entenderemos que líderes como Barco, Duque o Peñalosa - por agregar un clarisimo ejemplo, aunque menos populares, son más beneficiosos que estos ineficientes, poco preparados y retardatarios personajillos burocraticos tan de moda en estos dias
Obras son amores...