El vibe shift (cambio de vibras, para que después no digan que soy excluyente) que ocurrió cuando nos enteramos del atentado a Miguel Uribe no ha sido fácil de explicar. ¿Qué hay detrás de esta sensación de zozobra y de desgano generalizada? ¿Por qué nadie fue capaz de trabajar la semana que siguió al atentado?
Yo creo que lo que hay detrás del vibe shift no es la idea de que volvimos a los noventa sino más bien la de que la vida se volvió peligrosa. Siempre que uno hace una afirmación de estas sale un tipo que en el pasado fue un niño ONU y dice que la violencia siempre ha estado, solo que el privilegio -no lo diga- nos ha nublado -(en argentino) pará pará- la empatía -emoji de vómito-. A riesgo de ser insensible por sentir por primera vez el peligro que ha pervivido en la periferia del país me permito anotar algunas observaciones.
Cuando uno vive en Bogotá es normal cruzarse en la calle con políticos. En el instante que escribo estas palabras el expresidente Samper acaba de sentarse en la mesa del lado. Ni siquiera me tocó inventarme esto (habría escogido un expresidente más de mis afectos) para enfatizar el punto. Y es que no hay especimen más recurrente, dentro de la fauna bogotana, que el político de figuración nacional. Recuerdo haber pensado, en uno de esos avistamientos, que este país realmente era muy diferente al de treinta años atrás. Los políticos andan custodiados, sí, pero no hay posibilidad de que los maten. Eso pensaba hasta hace un mes. A mi mente, informada por mi límitada experiencia vital, no le cabía un atentado a un político en plena calle de la capital.
El atentado a Miguel Uribe ha roto la inocencia. Desde entonces la película se ha oscurecido, como les pasó a las de Harry Potter a partir de la quinta entrega. El panorama ahora se ve más como el de los documentales de los noventa que como el de los años bucólicos cuando Pablo Armero jugaba en la selección. Se acabó ya la primera parte de El mundo de ayer cuando Zweig pinta con pinceladas impresionistas la Viena culta y luminosa de comienzos del siglo XX. Nos adentramos en la parte final cuando ya el chavismo (perdón: el nazismo) empieza a expandirse como una gran sombra por toda Europa.

Aquí al lado está el expresidente Samper y fantaseo con interrumpir su reunión para decirle que además de disgustarme lo de la financiación de los narcos me disgusta mucho la canallada de que un expresidente de Colombia haya testificado en un juicio en contra de Colombia y a favor de Movistar, pero decido no hacerlo. No solo porque mi temperamento me lo impide sino porque me viene a la mente esa escena en el puente aéreo, más de treinta años atrás, cuando Samper se acercó a saludar a Antequera y acto seguido escuchó -o quizás solo sintió- las ráfagas de metralleta. En el país de ayer podía acercármele: en el de hoy, con la sombra del peligro a la vuelta de la esquina, mejor no.
En medio del desasosiego por lo de Miguel Uribe me puse a ver el documental de Gianni Agnelli. Agnelli era el nieto del fundador de la FIAT, que era realmente el motor de la economía italiana. El heredero dedicó sus primeros cuarenta años de vida a ser un playboy absoluto, junkie de adrenalina, y el hombre mejor vestido de Italia. Ese fue su mundo de ayer, su colombia en Brasil 2014. Luego asume el mando de FIAT. Ahí empiezan los problemas.
Italia enfrentaba una doble amenaza. Por un lado el advenimiento del chavismo (perdón: del comunismo) y por otro el terrorismo urbano de las Brigadas Rojas, que mataban jueces, empresarios, políticos y hasta secuestraron a un primer ministro al que devolvieron, muerto ya, en el baul de un carro rojo. La élite italiana empezó a irse del país.
Agnelli era pesimista sobre el futuro de Italia. Un día se despertaba con la noticia de una huelga del sindicato de FIAT, al otro con la de que habían matado a un amigo suyo. Y aún así decidió quedarse en Turín, su ciudad. “¿Y no era peligroso?” le preguntan en el documental a un amigo de Agnelli que lo acompañó esos años. La respuesta es sensacional. “¡Claro que era peligroso! Pero: ¿quién dijo que la vida no debía ser peligrosa?”.
Desde la pandemia, sentimos, no han parado las malas noticias. Llevamos cinco años a la espera de que las cosas se asienten y vuelva la normalidad. Que vuelva el sol sobre Viena. Que Armero salga de la cárcel (está allá, ¿cierto?) y traiga de vuelta la alegría a este país. Presiento que el torbellino de incertidumbre y desgracias no va a parar. Y entiendo que la gente esté cansada y quiera mandarlo todo al carajo: irse a un Kibutz en la mitad de la nada para vivir por fin en paz. Pero: ¿Ya vieron como está de peligrosa la cosa por allá?
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pense que era el panita del tatuaje de tutto pasa
Qué buen escrito! A Samper le hubiera dicho hasta de qué se va a morir y en qué va a re-encarnar. De él pienso lo que alguna vez escribió Antonio Caballero: que habitaba el país como quien se tira pedos con la genta alrededor. Desde la narco-financiación de su campaña hasta la amistad con el Chavismo (seguramente pagada), pasando por las chiquilladas de atestiguar contra Colombia.
PD...bellísimo el párrafo de Zweig