Llevamos hablando de las elecciones de 2026 desde hace casi cuatro años. O al menos eso siento yo. Y como este va a ser uno de los temas principales en el futuro cercano -y como nadie tiene idea de lo que va a pasar- me pareció que este texto que escribió Andrés Mejía Vergnaud en su substack es buenísimo para el momento. Mejía Vergnaud, en mi opinión, ha tenido una de las percepciones más acertadas sobre Petro (lean esto que escribió en 2023 y miren si no ha envejecido bien) y ahora trae unas preguntas sobre las elecciones próximas que cuestionan lugares que ya son comunes en las discusiones al respecto.
Muy generoso, Mejía me autorizó a reproducir acá su texto. Los invito a que se suscriban a su substack para que no se pierdan sus análisis.
Tengo la impresión de que hay mucho que no sabemos sobre las actitudes, las creencias y las preferencias del electorado colombiano, y de cómo han evolucionado estas.
Por esta razón, hay preguntas que me hago y que creo solo nos las van a responder los resultados y el comportamiento electoral de 2026. Aquí les cuento algunas:
¿“Reversión a la media”?
Aquí básicamente la pregunta es si Colombia salió de su trayectoria y en 2026 retornará a ella o no. Y no me refiero a la cuestión izquierda - derecha, sino a una cierta trayectoria básicamente institucionalista y moderada (centrista incluso) que la política colombiana ha tenido desde el Frente Nacional.
En efecto, creo que una cierta “personalidad” política de este país (manifestada también en otros aspectos) ha sido una cierta preferencia por una política institucionalista y relativamente moderada, y ello ha delineado una trayectoria dentro de la cual, claro, ha habido variaciones, pero todas ellas dentro de esa misma zona.
Yo creo que Colombia, al menos en lo referente a preferencias y actitudes ciudadanas, efectivamente salió de esa trayectoria, tal vez antes de 2022, tal vez durante la pandemia y los sucesos subsiguientes del estallido social. La sola ocurrencia de la pandemia, con todas sus consecuencias (que al día de hoy permanecen subestimadas), habría sido suficiente para sacar al país de la trayectoria. Los cambio en la manera como la gente se informa, comparte la información y toma decisiones son seguramente también un factor.
Mi pregunta, entonces, es si Colombia abandonó definitivamente esa especie de personalidad. Si lo que estamos viviendo es una excepcionalidad transitoria (un bache, un sobresalto) o una desviación permanente.
Insisto: esto no tiene que ver con la alineación izquierda - derecha. Por ejemplo, si Iván Cepeda fuera elegido yo vería allí un regreso a la trayectoria, solo que con una mayor inclinación hacia la izquierda, y aunque eso marcaría una cierta diferencia estaríamos nuevamente dentro de los márgenes de esa trayectoria histórica. Pero por el contrario una elección de Abelardo de la Espriella, para seguir ilustrando el punto, me indicaría un abandono permanente de aquella trayectoria.
Y esto indicaría tal vez cambios muy profundos en la cultura política colombiana, que ha tenido esa cierta preferencia por la moderación y la política de establecimiento (un establecimiento que hace ya décadas incluye figuras y sectores de izquierda).
Pero frente a esto, como frente a las preguntas siguientes, solo el tiempo revelará la verdad.
¿Importan los programas y la política pública?
Todo el mundo me dice que estamos en la era de las redes sociales y que ahora para ganar elecciones lo que hay que hacer es payasadas en Tik Tok (por lo visto a muchos candidatos les están diciendo lo mismo). Y como corolario de esto, suele decirse que la solidez programática y el conocimiento de políticas públicas ya no importan.
No niego que muchos ejemplos contemporáneos, algunos de ellos muy próximos, indican esa tendencia. Pero si ella llega a Colombia, significaría nuevamente que la cultura política ha cambiado profundamente.
¿En qué sentido? Mi impresión, desde que sigo elecciones nacionales (1982), es que en la matriz de evaluación y decisión del electorado tienen mucho peso cosas como que el candidato tenga un programa (no importa si nadie lo lee), que tenga asesores conocidos, y que tenga (o parezca tener) conocimientos de política pública. “El voto es emocional”, dicen. Sí, en buena parte lo es, y esto no lo niega: esa percepción de destreza programática es un atributo que se valora de forma principalmente emotiva, como algo que nos gusta y queremos ver, y que el candidato tiene que exhibir. No significa que la gente lea y evalúe los programas, sino que demanda y espera de los aspirantes que exhiban esa capacidad. De hecho, generalmente basta con parecer que la tienen, proyectar ese atributo.
Un político tan formidable como Horacio Serpa perdió tres elecciones presidenciales (dos de ellas siendo el favorito en el arranque) en parte porque había la percepción de que era un político de plaza pública sin dominio de temas administrativos, sobre todo de economía. Gustavo Petro, en 2022, fue quien exhibió esa cualidad frente a Rodolfo Hernández, quien jamás se refirió a tema alguno de política pública y nunca mostró un equipo asesor.
Pero, nuevamente, todo el mundo me dice que ahora eso no importa y que para ganar basta hacer performance. El tiempo lo revelará.
¿Entre qué extremos se mueve el péndulo?
Empiezo por decir que la idea del péndulo para representar los cambios de gobierno me parece simplista. No hay ninguna razón por la cual, necesariamente, si un país está en un determinado lugar se tenga que mover hacia su opuesto en cada ciclo electoral (¿veinte años de kirchnerismo en Argentina? ¿ocho de Uribe en Colombia seguidos por un Santos que prometía continuidad de Uribe?)
En lo que sí creo con toda firmeza es que cada oferta política y de gobierno (con su simbología, sus valores, sus conceptos y sus políticas concretas) pasa por una curva de rendimientos decrecientes y en algún momento se agota, momento en el cual la oportunidad está servida para su alternativa opositora.
¿Pero cuán larga es esa curva? No tiene por qué ser cuatro años. Ni los extremos entre los que se mueve tienen que ser izquierda y derecha como usualmente se asume. El cambio, que no es necesariamente pendular, se da entre aquello que se agotó y la alternativa que ofrezca mejores rendimientos iniciales. Pero en cada momento y en cada lugar lo que se agote es y será diferente.
Como pueden ver, no creo que sea seguro que en 2026 habrá movimiento pendular de izquierda hacia derecha. Puede que lo haya pero no es algo garantizado, y si sucede no será en virtud únicamente de un ciclo pendular. Sin embargo, por el solo hecho de que este ha sido un periodo presidencial intenso y lleno de ansiedades, sí creo factible que haya agotamiento: que la curva se haya recorrido demasiado rápido.
La pregunta es agotamiento de qué. ¿De la izquierda? Puede ser. Pero lo creería más si Gustavo Petro hubiera ejecutado de manera juiciosa y consistente una agenda programática de izquierda. Incluso en el plano simbólico y retórico, donde las nociones de izquierda sí han tenido una presencia en este periodo, otros elementos han sido más predominantes. Creería yo, por ejemplo, que el culto a su personalidad que promueve el mismo Presidente es el principal. Otro es la volatilidad de sus pronunciamientos y actitudes, y el nerviosismo que viene con ellas. Eso, más que ideas o políticas de izquierda, es lo que caracteriza la retórica de Petro.
Sobre esto, permítanme una expresión: creo que la vivencia que ha tenido Colombia con Gustavo Petro (y por tanto la que se puede estar agotando) no ha sido ni siquiera la de ser gobernados por la izquierda sino la de ser gobernados por un loco (por una persona volátil, desordenada, con una conducta personal caótica, enamorado de su propia persona, lleno de paranoias y convencido de tener un gran destino histórico). Estoy seguro de que incluso para muchas personas de izquierda esta ha sido la vivencia predominante. Y es probable que esa sea la vivencia que se esté agotando y frente a la cual la gente busque un cambio en 2026. Que no sería un cambio de izquierda a derecha sino de la locura a la cordura, del nerviosismo constante a una mayor tranquilidad, de la incertidumbre máxima a una mayor predictibilidad, del simbolismo explosivo hacia una mayor concentración en la tarea de gobernar y ejecutar.
En una hipótesis alternativa, el giro se daría entre la locura con signo de izquierda y la locura con signo de derecha. Creo que un deterioro rápido de la seguridad, y una explosión de fenómenos de intranquilidad urbana, podrían mover la aguja en esa dirección, en cuanto el electorado tendría miedo y buscaría protección.
Pero otra vez, será solo el tiempo el que lo revele.
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