Esta es la última edición de Uno a 1 en este año. Retomo en la segunda semana de enero. ¡Gracias por leerlo!
Cuando uno le pregunta a la gente por qué nunca empezó el proyecto que siempre quiso hacer, la explicación más frecuente es la de la parálisis por análisis. Es decir, antes de empezar a darle forma al proyecto, se atravesó un «pensándolo bien». Pensándolo bien, no es tan buena idea. Pensándolo bien, no estoy lista para asumir ese cargo. Pensándolo bien, es mejor no arrancar todavía sino pensarlo bien otro rato más.
La mejor solución a la parálisis por análisis es bastante obvia (aunque mi mamá dice que lo obvio no es tan obvio): empezar y luego corregir el rumbo.
La gente cree que el que arranca sin tenerlo todo previsto está improvisando. Que entre más extensa sea la preparación y más robusta la investigación, más probable que el proyecto sea exitoso. O al menos, que de su creador no emane el brillo grasiento de la improvisación fracasada. El problema con esta visión del mundo es que la preparación y la investigación son los reinos más peligrosos para un proyecto que quiere nacer. Esas etapas previas en la concepción de un proyecto son el Everest a partir de los 8.000 metros: zona de muerte. Nadie iguala a la pensadera en su capacidad para apagar la chispa creativa.
La buena noticia es que creo que lo opuesto a prepararse no necesariamente es improvisar. Ese dilema entre arrancar a las patadas y quedarse eternamente pensando es, en realidad, un falso dilema y creo que una manera de sortearlo es entendiendo la diferencia entre la improvisación y la lógica efectual, uno de los conceptos más importantes que he aprendido en mi vida adulta.
Saras Sarasvathy es una académica que se puso la tarea de descubrir los rasgos comunes entre los emprendedores exitosos. En el presarasvathismo se creía que los emprendedores exitosos se diferenciaban del ciudadano promedio por dos rasgos: el primero, la capacidad de visionar, de anticipar a dónde iría el mundo y advertir las oportunidades que, inexistentes en el momento presente, podrían eventualmente, y antes que el resto de competidores, capitalizar. El segundo rasgo, una predisposición genética de estos emprendedores a tomar riesgos que al resto nos parecerían una locura. A Sarasvathy todo esto le olía a carreta y se dedicó a investigar cómo piensan en realidad los emprendedores exitosos. Concluyó que lo que en realidad comparten los emprendedores no es genética ni genialidad visionaria. Es, en realidad, el hecho de que durante la mayor parte del tiempo estas personas operan bajo una lógica particular: la lógica efectual.
La mejor manera de entender la lógica efectual es pensar en lo que cenaron anoche. ¿Llegaron cansados después de una jornada decembrina de trabajo y decidieron que les apetecía un filet mignon?, ¿Cogieron luego las llaves del carro, manejaron hasta el supermercado, compraron los ingredientes, manejaron de vuelta, y por fin se cocinaron un pedazo de carne? Lo más probable es que no. La mayoría del tiempo los humanos no operamos bajo la lógica causal, que implica visualizar un resultado final y definir una estrategia para causarlo. Las más de las veces somos efectualistas: miramos los ingredientes que ya tenemos en la despensa y luego creamos una receta a partir de la pechuga de pollo que sobró del almuerzo, la salsa soya a medio gastar, y el seaweed que —vaya Dios a saber por qué— guardan ustedes en sus neveras.
Los emprendedores exitosos no suelen partir de una visión, de una imagen precisa del producto/servicio que se imaginan creando. Los emprendedores exitosos suelen partir de ellos mismos; de los ingredientes que tienen a la mano —sus conocimientos, contactos, y competencias—, que les permiten crear algo único que, además, van armando sobre la marcha.
Simón Borrero y compañía no decidieron un buen día que la industria de los domicilios sería enorme y que ahí estaba la oportunidad. Empezaron haciendo páginas web, luego se volcaron a software más sofisticado, y después, por vía de una solicitud de un cliente, terminaron en la industria de los supermercados. La historia de Rappi es una historia efectual: ningún visionario podría haber trazado la ruta que terminaron siguiendo por el simple hecho de que no era una ruta anticipable. Terminó siendo, como para la mayoría de compañías, un enredo efectual en el que, de manera azarosa, las interacciones y el mercado van esculpiendo el proyecto.
El emprendimiento, dice Sarasvathy, no es una línea recta entre idea-ejecución-resultado, sino que se asemeja más a un ciclo interminable en el que ideas, ejecuciones, y aprendizajes se alimentan unos a otros y le dan forma a una compañía. Bajo esta perspectiva lo esencial es empezar, pues solo empezando a hacer (no a planear, no a prepararse) se generan efectos sobre el mundo. Solo el hacer abre nuevas puertas y permite avanzar. Esta perspectiva reconoce que el mundo no es tan domesticable como cree el que opera bajo la lógica causal, que tiene una sola falla en su lógica: no considera que entre imaginar un resultado y salir a causarlo yace precisamente el mundo real que lejos de dócil es más bien una bestia indómita.
Además: entre más tiempo se relama uno en las mieles de la lógica causal, en preparar el plan, en ahondar la investigación, en precisar detalles de un prototipo inexistente, más posibilidades se van abriendo para asustarse, para convencerse, por vía de la lógica, que, efectivamente, aquello no es tan buena idea. Parálisis por análisis.
Traigo este aprendizaje del mundo del emprendimiento no para animar a futuros emprendedores (cosa que no me interesa), sino para animar a gente que ha visto marchitar sus proyectos de prórroga en prórroga. Siempre se puede estar mejor preparado y si la precondición para empezar es terminar de prepararse entonces nunca se va a llegar a la condición. Confiarle el futuro a la lógica es mucho más riesgoso que confiárselo a la acción; además: no por haber empezado se pierde la oportunidad de invocar la lógica. Al menos eso dice la lógica efectual que, insisto, me parece menos ingenua que la causal que cree que el mundo es una piscina en calma cuando —ya todos lo sabemos— este mundo es un océano violento, cuyas profundidades no empezamos a dimensionar.
Recomendación de la semana
Podcast: Monster
Para mí, el mejor podcast que se ha hecho. En la historia de los podcasts. Punto.
Gracias al podstar Camilo Zuluaga de Bielo Media por mostrarmelo. Acá dejo link a (como diría J Balvin) esporifai.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Cristina Vélez, decana de administración de EAFIT, sobre Peter Drucker como un démocrata, la historia empresarial de Antioquia y la manera como la geografía determina la actividad empresarial, su paso por la alcaldía de Bogotá, y más.
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Me gusta la definición que tienen en COMFAMA sobre la clase media como una mentalidad en la que uno se hace cargo de la propia vida. No hay mejor forma de hacerse cargo que arrancando un proyecto propio, incluso si es en el marco del trabajo que uno tiene en el momento. Esa es la forma de reivindicar el trabajo como un verdadero valor, pues el trabajo entendido como acción es el que crea nuevas oportunidades y el que, finalmente, consolida un mejor futuro.
Pueden conocer más de esa visión de la clase media acá.
Correcto; uno jamás está totalmente preparado (es imposible determinar lo que pasará, como bien lo describe N. Taleb)!
Leete "A Great Improvisation: Franklin, France, and the Birth of America" un maravilloso libro escrito por Stacy Schiff; es la antítesis del plan, de la idea de que los EEUU lo crearon a partir de una idea romántica aspiracional. Es un magnífico ejemplo de lo que describís.
Hipótesis: hay personas que nunca hacen nada porque temen perder la fe en sus propias capacidades..., es puro miedo a aprender de sí mismas. La vida del hacer es para valientes!