Dos o tres veces he entrado a lugares en Colombia que no parecen Colombia. Como si al atravesar la portería del conjunto campestre o del club privado hubiera en realidad entrado a un portal que me llevaba a otro país. Más precisamente, a Inglaterra. Cada recuadro de paisaje en estos lugares marca un contraste con las ciudades de Colombia. Hay lagos rodeados por árboles, en vez de basura hay naturaleza, la gente está tranquila y feliz. A veces la gente está feliz en las ciudades de Colombia, pero casi nunca está tranquila. En estos conjuntos y clubes la gente pudiente ha podido hacerse con una de las emociones más esquivas para el colombiano: la placidez. Y es que son tan plácidos esos lugares que hasta las garzas se aparecen por allá. ¡Garzas! A pocos kilómetros de municipios que se llaman Tocancipá, Gachancipá, ¡Guasca!, hay paisajes ingleses en los que hombre y garza coexisten como en el inicio de los tiempos.
Cuando estoy mirando garzas en lagos anglocolombianos me pongo en modo detective. Intento responder a la pregunta que veinticinco años atrás planteó el entonces ministro de minas Luis Carlos Valenzuela en un memorable discurso de grado. ¿Dónde están las élites?, preguntaba Valenzuela. En contra de todos los lugares comunes de la discusión pública, el ministro decía —en el año 99— que el problema de Colombia no era de guerrilla. Ni era económico. El problema de Colombia era que poco a poco se había quedado sin élite. Quito la mirada de la garza que sobrevuela el lago y me fijo en las familias que pasean a mi alrededor. Quizás acá, encerradas en los paraísos cercados del altiplano, están las élites que Valenzuela está reclamando.
Pero Valenzuela aclara que élite y rico no son lo mismo y que su pregunta de «¿Dónde están las élites?» no es una invitación a demarcar los escondites de nuestra clase afluente. Eso sería trivial. Tan trivial que a un detective aficionado le bastaría con dejar de mirar las garzas para descubrir que ahí, alrededor suyo, están los no tan escurridizos ricos.
«Élite es quien por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad; quien determina patrones; quien busca salidas en momentos de crisis; quien ve más allá; quien tiene noción de historia y por ende noción de futuro».
La categoría de élite, como la entiende Valenzuela, no está compuesta exclusivamente por ricos. Pero eso no quiere decir que no podamos buscar entre el riquerío a buenos candidatos para nuestra élite. Si la élite es la que piensa, propone, y dirige, ¿no se habrán formado en las familias más ricas del país candidatos idóneos para la tarea? Sospecho que sí. Pero hay un problema. Están encerrados en sus paraísos privados. Y eso es un problema no tanto porque la placidez extrema mata el instinto de supervivencia (vayan y soben un pez de club para que vean que la criatura ha perdido toda noción de autopreservación), sino porque se han aislado de los desafíos de la sociedad y no tienen ya incentivos —más allá de una anacrónica caballería— para contribuir a arreglarlos. Sigo mirando el vuelo de la garza y me conmueve el resplandor de esa ave magnífica y lo majestuoso de sus alas blancas extendidas. Pero no termino de saborear el momento pues sé que tras esa escena bucólica hay un precio altísimo del que poco se habla y que mucho nos ha costado.
Hay un ejemplo trivial para ilustrar mi punto. Los huecos en Bogotá afectan a ricos y pobres. Son, esencialmente, huecos democráticos. Tratándose de un problema público, uno creería que la solución tendría que ser pública. El ciudadano tendría que juntarse con otros ciudadanos e ir a tocar a las puertas de la alcaldía para exigir una solución o quizás, si por alguna razón alimenticia se encuentra high en serotonina, para ofrecer su ayuda. Pero hay otra solución, una que no apunta a resolver el problema sino a gestionarlo; una que es más onerosa, pero que resulta menos costosa para el rico pues le ahorra el esfuerzo de participar de una sociedad. El rico compra una camioneta y se asegura que las mogollas sean lo suficientemente finas y la suspensión lo suficientemente dinámica para que el próximo bache sacuda al conductor pero no magulle el carro.
En nuestro país —y esto es más claro visto desde las ciudades— los ricos encuentran soluciones privadas a los problemas públicos. Uno se frustra y tiene la tentación de culpar a los ricos por solucionarse sus vidas, pero lo cierto es que lo que ellos hacen parece tan natural que difícilmente podemos reprocharlo. No han perdido el instinto de supervivencia, a diferencia de los peces de sus clubes.
El problema va más allá de huecos democráticos: si la ciudad es sucia y está llena de gente con espíritu hostil —«salvajes», les dice un rico que me divertía mucho— entonces la solución es desplazarse a un conjunto cerrado habitado por gente afín. Si la economía colombiana va en picada, la respuesta es mover la plata a una de esas islas en las que lo único que hay es playa y plata.
Quizás es injusto enjuiciar el instinto de supervivencia de otro. No sabe uno qué haría si tuviera la plata que ellos tienen. También hay que decir que es válida la frustración del que paga impuestos y luego ve como las monedas de oro no se funden para asentar asfalto sino que se cuelan por el roto de la bolsa como si viviéramos en una caricatura. En vez de juzgar la conducta valga entonces señalar una de sus consecuencias.
Si los ricos tienen la capacidad de insularse de los problemas del país, entonces los problemas se van quedando sin unos dolientes que tienen capacidades y recursos para resolverlos. Imaginen por un momento que más allá del perímetro urbano de Bogotá no hubiera tierra. Que en Girardot no existieran amplias extensiones de verde prestas a ser colonizadas. Que Bogotá fuera todo lo que hay, con sus huecos y con sus salvajes. ¿No creen que habría más intentos de construir una ciudad amable?
Colombia a veces se siente como una balsa en medio de dos océanos. Y con la mano izquierda nos aferramos a la madera y con la derecha braceamos. El problema con lo de la garza es que nos vamos quedando sin ricos que braceen por necesidad.
Y no es el mismo empuje del que bracea por un menguado sentido patriótico que el que lo hace por susto a ahogarse de verdad.
Recomendación de la semana
Discurso: ¿Dónde están las élites? por Luis Carlos Valenzuela
Un discurso de hace 25 años que hoy parece más vigente que nunca. Hasta a Antonio Caballero, que no le gustaba casi nada, le gustó. Acá el link.
Buenas noticias: muy pronto entrevista en Atemporal con Luis C. Valenzuela. Espérenla.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Rafael Obregón, en su segunda aparición en el podcast, sobre Hernán Echavarría, un prohombre que dedicaba las mañanas a su empresa y las tardes al país. Hablamos también de la falta de élite en el país y del buen urbanismo.
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Este 19 de enero al 21 de enero se celebrará en Jericó el Hay Festival, un festival de cultura y literatura. Varios entrevistados de Atemporal estarán conversando sobre sus libros en el Hay Festival de Jericó. Y esa es solo una de las razones para ir. Los invito a que revisen el programa y se animen a ir.
Todavía hay boletas para algunos eventos. Más información acá.
¿Dónde están las élites? That's the question!
«Élite es quien por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad; quien determina patrones; quien busca salidas en momentos de crisis; quien ve más allá; quien tiene noción de historia y por ende noción de futuro». Bacano, sin embargo la Democracia (como bien lo apunta LC Valenzuela en la entrevista que le hiciste), juega en contra de la capacidad real que puedan llegar a tener las élites para guiar la sociedad.
La existencia práctica de la élite tal como lo reclamás es posible solo en una Aristocracia (el gobierno de los mejores) y no en una Democracia (que es el sistema en el que elegimos); ¿para qué entonces unas élites sin poder? La Democracia nos iguala a todos: le da el mismo poder en el voto, al preparado y al ignorante, al codicioso y al desinteresado, es un sistema en el que las élites resultan incómodas e inútiles.
Hay gente muy brillante en este país que le tiene pánico a ser "empapelado" (lo que les pasó a AF Arias o al Dr. J. Gutiérrez o al A. Camargo, son precedentes nefastos), porque las élites tienen por definición una vocación de servicio ético (ese que permite una mejora sostenible de toda la comunidad) y que el estamento corrupto propio de la Democracia, lo hace anacrónico y para muchos incomprensible.
Termino con una frase atribuida a Eurípides: "La democracia es la dictadora de los demagogos"
Me ha gustado tanto este artículo que no sé qué resaltar como lo mejor. Lo de los huecos, buenísimo (aunque quisiera decir que me sorprendió hace muchos años lo que había en Nueva York, ciudad con tantos ricos).
Me gustaría decir algo respecto a esta parte:
"«Élite es quien por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad; quien determina patrones; quien busca salidas en momentos de crisis; quien ve más allá; quien tiene noción de historia y por ende noción de futuro».
La categoría de élite, como la entiende Valenzuela, no está compuesta exclusivamente por ricos. Pero eso no quiere decir que no podamos buscar entre el riquerío a buenos candidatos para nuestra élite. Si la élite es la que piensa, propone, y dirige, ¿no se habrán formado en las familias más ricas del país candidatos idóneos para la tarea? Sospecho que sí. Pero hay un problema. Están encerrados en sus paraísos privados. Y eso es un problema no tanto porque la placidez extrema mata el instinto de supervivencia (vayan y soben un pez de club para que vean que la criatura ha perdido toda noción de autopreservación), sino porque se han aislado de los desafíos de la sociedad y no tienen ya incentivos —más allá de una anacrónica caballería— para contribuir a arreglarlos. "
Me ha recordado la historia republicana de Roma.
Un gran hombre de la élite fue Julio Cesar. Curiosamente, a pesar de su cuna, vivió durante toda su infancia en la zona más popular de Roma. Quizás eso le diera la energía que luego necesitaría para liderar Roma como lo hizo.