El profesor catalán de arquitectura, Marc Janes, empezaba sus clases en la Universidad de los Andes siempre con la misma observación desalentadora: los colombianos no desarrollan visión de lejos pues cuando andan por la calle tienen que estar pendientes de los huecos. No vaya a ser que se machaquen el tobillo o, Dios no lo quiera, que un paso en falso derive en la más fatal de las desnucadas.
Por su país de origen, Janes sabía lo que descubre todo colombiano que tiene la suerte de vacacionar en una capital europea. Allá la gente camina con la cabeza en alto, pues las calles son regulares y se puede tener la tranquilidad de que la moto va a detenerse frente al semaforo en rojo. Con los básicos de la civilización asegurados surge la posibilidad de despegar la mirada del piso, de apreciar los edificios, de observar. En la civilización se gestan arquitectos y no solo topógrafos. En la civilzación se deja de estar alerta y se le permite al cerebro divagar y contemplar.
Nunca fui a una clase de Marc Janes entonces no sé si su observación se extendía más allá de cuán lejos vemos los colombianos con los ojos y si se preguntaba quizás si nuestra falta de visión, el hecho de que no veamos lejos tampoco con la imaginación, tiene que ver con el miedo al hueco. Somos los maestros de la imaginación corta; somos repentistas y para cada situación se nos ocurren las anotaciones más divertidas. Quien diga que a los colombianos nos falta ingenio no conoce la etimología de la palabra gadejo ni participó del momento estelar de twitter Colombia cuando durante una semana nos dedicamos a demostrar por qué Silvestre Dangond era superior a Dua Lipa. Pero los colombianos no somos visionarios. Nuestra imaginación no supera el siempre exigente presente y llevamos décadas ya en las que no hemos sido capaces de imaginar un futuro emocionante para el país. Y de pronto la culpa es del hueco. Se nos va tanta energía cognitiva intentando sobrevivir -esquivando huecos, evadiendo rufianes, gambeteando a la muerte- que no tenemos chance de preguntarnos para dónde es que vamos.
Los economistas le llaman low-trust societies a las sociedades como la nuestra en la que no hay certeza de que luego de pagarle el anticipo al plomero este no vaya a dejar botado el trabajo para irse a tomar unas frías en una silla rimax con vista al mar de Capurganá. Paréntesis: cómo sera de peculiar el folclor colombiano que una vez unos socios se pelearon por un negocio y uno de ellos contrató a un sicario -que viajó de Medellín a Bogotá- para que le “arreglara ese problemita”. Pues el sicario, que había asistido a un curso de flujo de caja, pidió un adelanto del 50% y apenas recibió el pago se voló a quién sabe cuál esquina de Envigado a comer pastel de pollo, estafando en el acto al contratista y salvándole la vida al socio condenado.
Somos una sociedad de tan baja confianza que no solo desconfiamos de las personas con las que interactuamos sino de la infraestructura en la que nos apoyamos. Y con razón: nada garantiza -esto lo sabe el transeunte de la capital- que una inocente baldosa, tras un día de aguaceros torrenciales, no vaya a responder la pisada con una escupida de agua encharcada. Por eso miramos al piso.
Esta miradera al piso me hace pensar en dos cosas. La primera es que uno podría decir que las calles desconfiables son otra manifestación de que en Colombia nunca se han asentado los pilares fundamentales de la civilización, mucho menos del Estado. Y es que, ¿acaso hay algo más elemental que una calle sólida?
Lo segundo: que -como decimos en Colombia- antes mucha gracia que aquí puedan surgir líderes visionarios. Alberto Lleras levantó tanto la cabeza que la misma Jackie Kennedy decía que era el estadista más grande que había conocido. Cada cierto tiempo florece entre nosotros un outlier que no anda esquivando huecos sino pensando para qué lado sigue la carretera. Esperemos que esto siga sucediendo.
Recomendación de la semana:
Ensayo: Would You Rather Have Married Young? por Lilian Fishman
De lo mejor que he leido sobre las ideas que mueven a nuestra generación. Una observación aguda sobre nuestra obsesión por acumular experiencias. Tremendo!
Esta semana en Atemporal: Conversé con Miguel Silva, secretario general de la presidencia durante el gobierno Gaviria, sobre cómo terminó en el gobierno en esa época oscura de Colombia, el candidato que estuvo a un mes de ganarle la presidencia a Gaviria, el kinder y mucho más!
Muy bueno, como siempre. Alguna vez lei que la prueba minima de civilización era un “four-way stop”, muy presentes en EEUU y Europa pero inexistentes en Colombia. Por algo será.
Le das la razón a A. Acemoglu y J. Robinson..., es por esto que hemos sido y aún somos un país pobre. Carecemos de un Estado que haga cumplir tanto la Ley como los acuerdos privados.
Por esto: apelamos a la vendeta, al paga diario o simplemente nos sentimos autorizados a defraudar en toda circunstancia.
Son muchas las aristas comprometidas, una de ellas es la empresarial. Este entorno (sin ley aplicable) es estéril para que la meritocracia, porque en la mayoría de los casos será más confiable acudir al familiar inepto pero que suponemos es honrado por cercanía, que al foráneo capaz pero sin la certeza ética requerida.
M. Tatcher dijo en un discurso: “La verdadera razón por la que creo en el futuro es porque la libertad bajo la ley es algo que honra la dignidad humana y ofrece una prosperidad personal basada en la elección individual”