En julio de 1969 Estados Unidos puso un hombre en la luna. Les recomiendo el documental de Apollo 11 para que vean que esa misión osada se hacía -¡increíble!- a mano. En una sala de control de la NASA, en una cultura en la que a diferencia de las startups no se premia el error, pues el más mínimo podía resultar en tragedia (como ocurrió con el diámetro de los O-rings en el Challenger), a punta de vertiginosos cálculos en papel y lápiz, el primate conquistaba sus más altas cúspides. Ahí, voleando ecuaciones en papel, abandonábamos nuestra condición primaria y conquistábamos nuevo territorio. Tres astronautas miraban ese punto azul que transitoriamente había dejado de ser su hogar para servir tan solo de casa al resto del mundo. Y todo eso gracias a la mecánica del trazo de un lápiz sobre el papel. Me sorprende siempre cuando la magia nace de algo mecánico. Como el hecho de que el antecesor del computador sea el telar. El antecesor de la nave espacial, quién iba a creerlo, es el Mirado no. 2. Pero me desvío.
En julio de 1969 se dio un gran salto para la humanidad y el hombre puso un pie en la luna. A las tres semanas tuvo lugar el festival de Woodstock. Ahí fue, dice Peter Thiel, medio en chiste medio no, cuando los hippies se tomaron el país. “Pasamos de explorar el espacio exterior a ocuparnos del mundo interior”. Desde entonces hemos estado atrapados en el laberinto del ser, en la búsqueda de nosotros mismos, y hemos renunciado a participar del mundo exterior, y mucho menos a intervenir sobre él. La parálisis por análisis, la procrastinación, el síndrome del impostor, y la mayoría de patologías que están en todos los foros de internet pero en ningún libro de texto son las consecuencias naturales de la reclusión en el mundo interno. El discurso de “ante todo, ser alguien” ha derivado en una incapacidad crónica de actuar.
Cuando se deja de vivir afuera para vivir adentro la persona intenta resolver todas sus dificultades en su cabeza, no en el mundo, con tan mala suerte que su cabeza termina por enredar más que por aclarar. Cuando se pasa a la acción, quien juzga si uno es un impostor, si el proyecto va a funcionar, deja de ser uno (que suele ser el que más duro se juzga) y pasa a ser la realidad que responde con feedback y, quién sabe, hasta con sorpresas. Y resulta que el producto pega. Y se agota en cuestión de días. Y resulta que uno no era el impostor sino el indicado, el gallo preciso para ese trabajo. Y las dudas se disipan. Y lo que en la mente era el gran obstáculo se desenmascara como insignificante. Y desplazadas las dudas entran las ganas. Ganas de hacer más. Se entra en el ciclo esfuerzo-recompensa, acción-progreso, se descubre que no hay nada mejor que el mundo real y se pregunta por qué se gastó tanto tiempo encerrado en los confines del ser.
En la primera temporada de White Lotus (sensacional serie) hay dos amigas universitarias que, como buenas woke, se dedican a criticar “el sistema”. El rollo de siempre: racismo estructural, el pecado original del colonialismo, y el mundo visto exclusivamente desde el lente oprimido-opresor. Y como están en Hawaii, ven racismo por doquier. Una de ellas, Paula, es alérgica a todo, o como dice ella, sensible a todo, incluido el ruido. Una noche, durante la comida del hotel, hay un show de danza hawaiana, con antorchas y todo, y el papá de Olivia (la otra amiga) le pregunta a Paula (que está haciendo cara de angustia) si es que también es alérgica al fuego. Ahí Olivia intercede y aclara que la mala cara de Paula evidentemente es por el hecho de que los nativos se vean obligados a entretener a sus victimarios, los blancos que les robaron lo que les pertenecía. Claro. Pero lo más impactante de Olivia y Paula no es que sean exageradamente woke sino la cantidad -y variedad- de drogas que llevaron al paseo. He ahí el retrato de una generación que no interviene en el mundo pues lo considera estructuralmente -y quizás más importante irremediablemente- injusto, y que por lo tanto vive atrapada en su mundillo interior, insuficiente, insatisfactorio, y cuya reclusividad deriva en tal inactividad que obliga a Olivia y Paula a recurrir a una variedad realmente impresionante de drogas para recobrar el siempre elusivo bienestar.
El 14 de febrero de 1884, Theodore Roosevelt perdió a su esposa y a su madre en la misma casa en menos de 24 horas. “La luz se ha ido de mi vida” anotó Roosevelt en su diario y realmente parecía ser el caso. Lástima, pues a sus 25 años Roosevelt ya era un prodigio de la política y su ascenso meteórico apenas empezaba.
La manera como vivió su duelo hoy nos parece atípica. Y es que en vez del refugio interno, Roosevelt salió a olvidarse de sí mismo. Atravesó el ancho del país y sue fue a Dakota del Norte, uno de los últimos vestigios del Estados Unidos salvaje. En vez de sanar sus heridas Roosevelt se fue a buscar unas nuevas. Se sometió a la vida ruda del vaquero y pareció enterrar los traumas del pasado. “La tristeza rara vez alcanza al jinete que cabalga lo bastante rápido”, escribiría luego sobre su experiencia en Dakota.
Claro, en esa época la psicología como tratamiento no había nacido y puede que Roosevelt no hubiera tenido otra manera de tramitar el duelo. Ya sé que me dirán que esta idea de olvidarse de uno mismo es excesiva. Que se necesita balancearla. Que no es solo hacer, que también hay que ser. Acepto el argumento: se necesita balance. Pero como los hippies se tomaron el mundo desde el 69 y nos atraparon en el laberinto del ser, ya va siendo hora de rebalancear la cosa.
Si Paula y Olivia son las woke de la serie, Quinn, el hermano de Olivia, es el incel. Adicto a los videojuegos y carente de vitamina D, Quinn tampoco se interesa por el mundo exterior. Hasta que conoce a unos locales que reman en una canoa todas las mañanas y terminan por incluirlo. Ahí logra Quinn lo que no habría logrado tras años de terapía: reemplazar el celular por el remo.
Nuestro libro Ante todo, hacer algo está nuevamente disponible en librerías (segunda edición) y NOTICIA: acaba de salir el audiolibro (narrado por mí). Acá el link. También disponible en Kindle.
Para los que están en Bogotá: hoy jueves 1 de mayo tenemos lanzamiento en la Feria del Libro a las 5:30 pm!
Recomendación de la semana:
Serie: The White Lotus
Cada temporada es autocontenida, pero todas ocurren en un hotel de la cadena White Lotus. Yo empecé por la segunda y me pareció extraordinaria, además muy atrapante. La primera temporada también muy buena. Ahora voy en la tercera.
Esta semana en Atemporal: Entrevisté a Armando Montenegro, uno de los cerebros detrás de la modernización de la economía durante el gob. Gaviria, sobre el proteccionismo, cómo era Colombia antes de los 90, la controvertida apertura y más!
Invitación: Del 4 al 10 de mayo, Medellín y el Suroeste antioqueño serán escenario del festival Actuar por lo vivo: más de 50 actividades que incluyen diálogos con expertos, jornadas empresariales, experiencias artísticas, talleres escolares, proyecciones de cine, exposiciones y franjas infantiles.
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Hombre Andres, como va mejorando tu estilo de escritura, cada vez se me hace más ameno.
Interestante perspectiva, esa inacción precusamente es la que hace que el mundo se sienta "lento" como que todos piensan demasiado y no se resuelve nada. A mi en particular me desespera un poci, he tenido que aprender a controlarlo.
Andrés, me gustó la reflexión. Me dejó pensando que entonces el peligro de no actuar es dejar el mundo en manos de quienes sí se atreven a hacerlo. Más allá de la ideología, esto ilustra bien la crisis del Partido Demócrata en Estados Unidos: tan enredados en el interseccionalismo que un presentador de reality les ganó las elecciones dos veces. Saludos.