El día que mataron a Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El mexicano, Gabriel Silva entró corriendo al despacho del presidente Barco para darle la noticia. Estaba emocionado. Gacha era el brazo militar de Escobar y encabezaba la campaña de exterminio contra la Unión Patriótica. En ese momento era Gacha, no Escobar, el principal objetivo del gobierno. Lo habían cazado durante meses y ahora por fin lo daban de baja. La noticia era motivo de celebración. Ameritaba, le dijo Silva al presidente, una rueda de prensa.
«Cómo se nota que usted es joven», le contestó el presidente Barco a Silva, que aún no cumplía los treinta. «¿Usted de verdad cree que yo voy a rebajar la dignidad del presidente para hacerle mención pública a un bandido de esos?». Al joven Gabriel Silva la emoción por el primer triunfo del Estado en un largo periodo de derrotas le había nublado el buen juicio. Pero a decir verdad incluso hoy no parece una idea tan descabellada. Pero poco sé de dignidad presidencial. El que sí sabía mucho de ese tema era Virgilio Barco, que además era sereno y tramitó la noticia de Gacha como otra exaltación más de las tantas que sentiría a lo largo de su turbulenta presidencia y sobre las que evitaría actuar apresuradamente.
He querido rastrear el origen de la expresión Cometh the hour, cometh the man (llegada la hora, surgido el hombre). No he sido capaz. Como con toda frase de autor desconocido hay quienes se la atribuyen a Churchill. Lo cual es curioso pues Churchill es el ejemplo perfecto de lo que quiere decir el adagio. Cometh the hour, cometh the man se refiere a que en un momento histórico del que mucho depende, surge una persona perfectamente indicada para lidiar con la situación. Son ocasiones de mucha presión o de mucha adversidad. Es Messi en la final del mundo contra Francia. Es Churchill en el fin del mundo contra Alemania.
Son momentos de la historia en los que parece gestarse una perfecta sincronía entre las circunstancias y el personaje. Parece que estuvieran hechos el uno para el otro. La hora definitiva produce al hombre indicado, que se alza por encima de sus limitaciones y actúa a la altura de un reto que parece superar a cualquier mero mortal. Es increíble repasar la historia y ver como hay coyunturas en las que parece que no había nadie mejor preparado para lidiar con ellas que la persona que efectivamente termina haciéndolo. Quizás no había mejor presidente para el Estados Unidos de la Gran Depresión que Franklin Delano Roosevelt, ese incesante optimista que había intentado por todos los métodos —incluso algunos que él mismo se inventó— reponerse de la polio que lo paralizó en pleno ascenso como fenómeno político. «Se lo digo, señorita,» le diría memorablemente un taxista a una periodista, «el día que Roosevelt sea elegido presidente tendríamos que decretarlo como día de fiesta […] se me ocurre que si nos deshacemos del viejo melancólico [Hoover] y ponemos a un tipo que pueda reírse y actuar como un ser humano, nos desharemos, también, de la mitad de la depresión». Cometh the hour, cometh the man.
En la Colombia de finales de los 80 había mucho en juego. Un juego, escriben Jorge Orlando Melo y Jaime Bermúdez, en el que el gobierno no tenía posibilidades de ganar. «Si trataba de derrotar a los narcotraficantes con un enfrentamiento radical, podía provocar tales niveles de retaliación que el país se volviera contra él y lo responsabilizara de los males sufridos; si cedía, amplios sectores lo habrían visto como un gobierno débil». Gabriel Silva, en entrevista en Atemporal (aún no al aire), dice que ceder habría implicado una ruptura en el modelo de sociedad del país y nos habríamos convertido en una sociedad narcotraficante como sucede actualmente, dice él, en varios estados de México. El resultado de perseguir esta estrategia fue que »el Estado, que no aceptaba ceder ante la fuerza, no tenía la fuerza para impedir el terrorismo que su misma actitud estimulaba».
La gente se acuerda de los 80 y no se acuerda precisamente de la disyuntiva estratégica que enfrentaba el Estado colombiano. Se acuerda de las bombas, pues ese fue el camino elegido. Imaginen eso. Pagar el precio de vivir bajo el terrorismo a cambio de no convertirnos en una sociedad de narcotraficantes. No son pocos los presidentes que habrían preferido negociar, y quién sabe el desenlace de eso cuál habría sido.
Lo difícil no fue decidir la lucha frontal en un primer momento. Lo difícil fue mantenerla a pesar del avión de Avianca, del asesinato de Galán, del atento frustrado a las propias nietas del presidente (en cuyo colegio encontraron suficiente dinamita para volar el colegio y el resto de la cuadra). Solo Barco, parece, podría haberse mantenido firme a pesar de las noticias de desgracias que por esos años no paraban.
¿De dónde venía esa firmeza?, ¿de su origen santandereano?, ¿de su formación como ingeniero? No lo sé. Lo que sí se sabe por múltiples testimonios de quienes trabajaron con él es que Barco se tomaba su tiempo para tomar una decisión, escuchaba a todos los presentes, pero una vez decidía no se echaba para atrás. Cometh the hour, cometh the man.
El 18 de agosto de 1989 es un día que encapsula la época que le tocó liderar a Barco. En la mañana habían matado a Valdemar Franklin Quintero, el comandante de la policía en Antioquia y hombre clave —y ni qué decir valeroso— en la lucha contra Escobar. Barco pasó todo el día encerrado en un consejo de ministros definiendo las medidas a tomar para enfrentar la creciente ola terrorista. Fue, en palabras del secretario de presidencia Germán Montoya, el consejo «más largo y difícil». A la salida, cuando Barco se disponía a hacer una alocución para informar las nuevas medidas le comunicaron del atentado contra Galán.
¿Cómo no caer en el desespero en unas circunstancias como esas? Parece difícil. No hay que olvidar que en el siguiente gobierno un viceministro terminó retenido por Escobar cuando acudió, desesperado, a evitar que el capo se fugara de la Catedral. ¿Qué habría pasado si no hubiera sido Barco al que le tocó sostener el Estado colombiano frente a la arremetida terrorista de los narcos?
No se me borran las palabras de Gustavo Vasco, asesor cercano de Barco, que decía que la sensación en algunos de esos días oscuros era que el Estado se derrumbaba. Para fortuna, llegada la hora, surgido el hombre. Un santandereano firme con la serenidad propia del aristócrata que juega croquet en vez de monitorear los noticieros el día que iba a ser elegido presidente.
Recomendación de la semana
Episodio de podcast: ¿Qué es el fascismo? por Terrenal
Muy bueno este episodio sobre el concepto del fascismo, y sobre “facho” esa expresión que se usa hoy en día tan seguido (y tan mal).
Esta semana en Atemporal: Conversé con Maria Paulina Baena sobre empezar un proyecto exitoso (La pulla) dentro de una organización tradicional. Hablamos de la rabia, Relatos Salvajes, películas colombianas, y mucho más!
Esta serie de episodios sobre los 80s, que abarcan la actuación de B. Betancur y V. Barco, sería magnífico complementarla con alguien que profundice en la figura de D. Germán Montoya.