Entre la servidumbre y la licencia
¿Es el colombiano esencialmente libertario?
En el muy buen documental de Ramón Jimeno sobre los últimos días del gobierno Gaviria (en el que se puede ver a varios entrevistados de Atemporal en versión joven), el presidente Gaviria dice una cosa que me quedó sonando. Hay en el alma colombiana una veta de libertarianismo. Libertarianismo que se expresa en un rechazo instintivo a la autoridad. Tanto que cuando llegaba el ejército a una poblado, la gente decía: saquen este ejército de invasión de acá. “No es que la gente sea pro guerrilla”, dice el presidente Gaviria en entrevista en Atemporal, “es que rechaza la autoridad”.
El rechazo a la autoridad viene, como nuestra oferta de galgerías, en múltiples presentaciones: desde esa vez que un borracho en un avión se escudó en la pirámide de Kelsen (ay, Colombia leguleya) para impedir que un policía lo bajara, pasando por el atropello al secretario de movilidad de Cali, hasta las azonadas a los militares (aunque detrás de esas hay motivaciones más oscuras).
De un tiempo para acá me parece que el rechazo a la autoridad ha degenerado ya en rechazo a la civilización. La moto se monta a la acera para esquivar la pelea en plena vía en la que un presunto traqueto (what a concept) desenfunda pistola para amenazar al conductor de bus mientras uno se pregunta si no será que aquí el contrato social se rompió ya.
Algo no me termina de cuadrar sobre el libertarianismo colombiano y es el hecho de que en todo noticiero a cualquier colombiano que ha padecido una tragedia -una estafa, un atentado, un derrumbe de tierra- pide, indefectiblemente, “el apoyo del gobierno”.
¿Cómo se explica que el colombiano anti autoridad solicite sin falta su ayuda cuando enfrenta dificultades?
Sobre esta aparante contradicción escribe Tocqueville en Democracia en América. Dice Tocqueville que esto tiene que ver con una particular manera de habitar un lugar, en la que más que ciudadanos, los habitantes actúan como usuarios de un territorio:
En ciertos países de Europa, los naturales se consideran como una especie de colonos, indiferentes al destino del lugar que habitan. Los cambios más grandes se llevan a cabo sin su participación y (a no ser que el azar les haya informado del hecho) sin su conocimiento; más aún, al ciudadano no le interesa el estado de su aldea, la policía de su calle, las reparaciones de la iglesia o del presbiterio, pues contempla todas estas cosas como ajenas a sí mismo y como propiedad de un poderoso extraño a quien llama el Gobierno.
Muchas veces he escuchado el argumento de que el problema en Colombia es que se habla mucho de derechos y muy poco de deberes; que nuestra Constitución Política dedica una buena parte de su texto a una extensa carta de derechos y apenas un magro artículo a los deberes de sus ciudadanos. Pero que la crítica recaiga sobre la Constitución me parece equivocado: este débil sentido de la responsabilidad, ¿fue creado por la ley o meramente retratado en ella?
El rechazo a la autoridad es más importante de lo que hemos pensado. “Colombia es tierra estéril para dictaduras”, dice la frase y ahí está retratada el alma colombiana que no se somete a la autoridad, mucho menos a un tirano. Pero es al mismo tiempo lo que ha llevado a la gente a sentir que el destino de este país le es ajeno: que hay un Estado del que no participa aun cuando, en menor y mayor medida dependiendo del lugar, goza de sus servicios.
El desprendimiento del colombiano con la construcción de lo que lo rodea es tal que, según Tocqueville, “si su propia seguridad o la de sus hijos se ve amenazada, en lugar de tratar de evitar el peligro, cruzará los brazos y esperará hasta que la nación venga en su auxilio”.
El colombiano delega hacia arriba. No asume la responsabilidad de sus problemas, sino que espera que esa fuerza invisible -papá Estado- acuda a resolvérselos. Espera demasiado de la autoridad incluso cuando la rechaza de manera cotidiana. Se somete a ella solo cuando es estrictamente necesario, derivando en una paradoja esencial que me parece Tocqueville pone en palabras inmejorables:
Ese mismo individuo, que ha sacrificado tan completamente su libre albedrío, no tiene propensión natural a la obediencia; ciertamente se encoge ante el más pequeño funcionario; pero desafía la ley con el espíritu de un enemigo derrotado tan pronto como la fuerza superior es retirada: sus oscilaciones entre la servidumbre y la licencia son perpetuas.
Recomendación de la semana:
Documental: Cesar Gaviria 1990-1994 por Ramon Jimeno
Esta semana en Atemporal: Entrevisté a Ricardo Ávila, asesor económico y secretario privado durante el Gobierno Gaviria. Le pregunte por la apertura, el problema de competitividad de nuestra economía, la fuga de Pablo Escobar y más!
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Me gustó un video que vi de COMFAMA en el que contaban cómo habían logrado pasar a una semana laboral de 5 días para todos sus trabajadores sin dejar de prestar sus servicios habituales (incluso en fines de semana). Con un sistema eficiente de turnos, lograron que muchas personas puedan programarse y tener suficiente tiempo para actividades valiosas: visitar familia, ocio, deporte.
Eso me parece muy valioso de COMFAMA: están constantemente poniendo sobre la mesa temas importantes para el futuro del trabajo. En esta nueva era que está a la vuelta de la esquina, los líderes de organizaciones bien harían en acudir al conocimiento acumulado en siete décadas de existencia y trabajo que tiene COMFAMA.




Hola Andrés, una reflexión sobre su post Entre la servidumbre y la licencia.
Yo no creo que exista un rechazo a la autoridad en nuestro espíritu colectivo, lo que sí creo es que históricamente hemos atravesado épocas en las que estamos todos cansados de una autoridad con el interés primordial de servirse a sí misma, de ver flagrante una autoridad aprovechada, y terminamos entonces manifestando desacuerdo contra cualquiera que represente esa autoridad.
Apenas tengo 52, pero calculo que son unos 20 más que usted. Andrés, cuando un Mockus llegó al poder la actitud de los Bogotanos frente a la autoridades fue otra casi de inmediato, lo mismo se puede decir de las autoridades, de repente se vistieron con un aire de propósito y criterio. Lo mismo cuando llegó Peñalosa, la ciudad entera entendió que muchos temas eran “de todos”. Estoy seguro de que eso mismo ha pasado en ciudades de toda Colombia. A nivel nacional, cuando llegó AUV y el país fue sintiendo que había un norte, que algunos de verdad estaban trabajando x 3, las autoridades y los colombianos nos creímos todos el cuento, y cambiamos muy rápido a una actitud más responsable.
Yo creo que lo que realmente pasa es que nos encontramos en un minuto histórico en donde casi todos estamos simplemente mamados, incluso como la rana en la olla: sabemos que tenemos calor, pero no nos hemos dado cuenta de que estamos ya hirviendo…. Si, yo creo que los Colombianos estamos pasando por un momento social muy denso, liderados por un presidente que sencillamente es vergonzoso, pero muy vergonzoso, con un desastre de gobierno en prácticamente todos los sentidos, pero sobre todo con muestras de una falta de norte desesperanzadoras.
Hasta dónde hemos corrido la línea de lo que se vale? Un discurso en la OEA como el de esta semana, ir caminando por la calle -aún casado- agarrado de la mano con un travesti (nada contra cualquier gusto sexual), incendiar el sistema de salud poco a poco, en fin… lo grave de la suma de todo lo que pasa en el país es la desesperanza, y eso nos lleva a la rebelión, de la misma manera que un hijo no le cree ni obedece a un papá que no le da ejemplo.
Estoy absolutamente de acuerdo con que tenemos más derechos que deberes, usted que es de familia paisa, igual que yo, muy seguramente vivió en una casa donde sabía que tenía deberes, para empezar el colegio, ser un tipo decente (así el concepto de decencia de uno fuera diferente del de los papás, había que apegarse más bien al concepto de ellos!), hacer deporte, sacar la basura, en fin, estoy seguro que mientras lee, se acuerda de deberes que tenía en su casa: cada derecho comporta al menos un deber. En este sentido, y a pesar de sus muchas bondades y buenas intenciones, la Constitución del 91 nos jodió, las generaciones nuevas tienen más derechos que capacidades de garantizárselos este estado torpe e inoperante, de ahí la resistencia a la autoridad, vuelvo al ejemplo del mal papá. Al menos Usted y yo crecimos con deberes, pero cuántos desafortunados crecieron convencidos de que llegaron a este mundo (y a este país), llenos de derechos?
Yo no creo que el desprendimiento del colombiano con la construcción de lo que lo rodea dé para lo que usted propone frente a los hijos, no veo a sus taitas o los míos en eso, ni a los nietos de ellos, y creo que actitud igual se extiende en toda la escala social y territorio nacional. Todo ser humano mata por sus hijos, no creo que los Colombianos seamos ni mejores ni peores en esta prioridad. Tampoco creo que el colombiano delege hacia arriba, cientos de empleados y años de experiencia en Colombia, Latino América entera, Europa y EEUU me lo confirman: somos unos berracos trabajadores, pero ensimismados: sacando adelante nuestro metro cuadrado de responsabildiad. Por eso dicen que 1 Colombiano es mas inteligente que 1 Japonés, pero 2 Japoneses mas inteligentes que 2 colombianos, razón llevan. Le propongo que vuelva y arranque su último substack con estas reflexiones Andrés, seguro le van a subir la imagen de sus compatriotas hermano.
Un saludo de un lector y oyente agradecido.
IMT
Muy buena crónica; no recordaba de esta manera los textos de A. Tocqueville que resaltás.
Sí, es una paradoja: de un lado rechazamos cualquier tipo de autoridad del Estado cuando nos sentimos amenazados por ella y la reclamamos con vehemencia cuando nos sentimos amenazados por otros que pretenden ejercerla.
Y esa dicotomía nos hace un país caótico y además pobre: esa es precisamente la tesis central de D. Acemoglu y de J. Robinson: la incapacidad del Estado para asegurar el cumplimiento de la Ley, que es precisamente la solidez sobre la que descansa la confianza.
Somos incomprensibles!