El fin de la carrera profesional
Si los ingenieros nucleares terminan de taxistas, ¿qué estudia uno?
Era primer semestre, tercer parcial de química, y ya había perdido los primeros dos. Desde que la química llegó a mi vida, por allá en noveno del colegio, las cosas con la química no se me dan. Tan es así que el profesor que mejor me caía en el colegio era Carlos Hurtado, el de química. Si hubiera sido profesor de inglés o matemáticas no estoy seguro de que nos hubiéramos llevado tan bien. Finalmente son las materias en las que uno está patinando, al borde de perderlas, las que más interacción producen entre profesor y cuasi repitente. Pero me distraigo, vuelvo a la universidad.
Era primer semestre, tercer parcial de química, y fue ahí cuando se me ocurrió revisar el pensum. Me faltaban tres o cuatro químicas. Ni siquiera me fije exactamente si eran tres o cuatro. No hacía diferencia. Me había metido a una carrera -Ingeniería Ambiental- que tenía tres -o más- químicas, la materia en la que siempre me ha ido -y siempre me va a ir- pésimo.
Era primer semestre, tercer parcial de química, en mi segunda carrera. Otra vez me había equivocado de carrera.
Las mamás dicen que Dios sabe cómo hace sus cosas. En cambio uno, claramente, no tiene ni idea de lo que está haciendo.
Me acordé de ese momento en el que me di cuenta de mi error vocacional esta semana cuando una librera me dijo que había estudiado Ingeniería Ambiental. “De veinte que estudiamos Ambiental solo una trabaja en eso”, me dijo. Uno es tatuador, tres están aprendiendo inglés, el resto ni idea.
Este es apenas uno de los pixeles del inmenso mosaico del problema laboral. La gente estudia cuatro años, las familias hacen sacrificios enormes, y del otro lado resulta que no hay trabajo. O no hay trabajo en eso que la persona estudió. Pero al mismo tiempo resulta que en las organizaciones no encuentran gente para las vacantes que tienen. La gente está estudiando cosas para las que no hay trabajo, mientras que para los trabajos que hay no se encuentra gente capacitada. La desconexión entre oferta y demanda es brutal y una cantidad absurda de diplomas se deslizan en el abismo de la mitad: así es como los ingenieros nucleares terminan manejando taxi y las cantantes colombianas lamboneando puestos al político de turno (bueno depronto esto último es otro fenómeno diferente).
El viejo sueño de estudiar una carrera y salir a ejercerla está roto. Y no parece que vaya a enmendarse pronto; parece que va a ponerse peor en los próximos años con lo que sea que nos vaya a hacer la IA. Paréntesis: ¿Han visto el nivel de weirdos a los que estamos dejando crear la IA? El argumento más fuerte a favor de frenar el desarrollo de esa tecnología es estético: ¿cómo se nos ocurre permitir que un rarote como Sam Altman desarrolle algo tan poderoso? Añora uno la época en la que los nerds se veían como nerds y no como soldados de los malos de hielo en Game of Thrones.
¿Entonces qué estudio? Se pregunta el joven que no ve garantías en el mercado laboral. John Karakatsianis repetía una frase que le escuchó alguna vez a Hernán Echavarría: “Solo las personas con valores pueden aportar valor a la economía”. Creo que la frase, con una breve deformación, puede ser útil para el nuevo mundo: “Solo las personas valiosas pueden aportar valor a la economía”.
Es una forma diferente de mirar el problema. Uno no estudia algo para después tener trabajo. Uno desarrolla habilidades, conocimientos y contactos para luego hacer un trabajo. La fórmula diploma-puesto se ha vuelto tan inefectiva que lo mejor que puede hacer un individuo es entender que en este sistema capitalista el juego no es acerca de obtener una credencial para obtener un puesto, sino que es acerca de crear valor y luego capturar una parte de ese valor. ¿Quienes crean valor? Los oligarcas. Mentiras. Crean valor las personas valiosas, o sea las que tienen una combinación de habilidades, conocimientos y contactos que les permite resolverle un problema a la sociedad, a una organización o, cada vez con más frecuencia, a un contratista particular.
La perspectiva que propongo es contraintuitiva porque la manera en la que los profesionales han pensado en sus carreras desde siempre ha sido mirando la demanda y luego formándose a la imagen de esa demanda. ¿Se necesitan contadores? Venga estudiamos contaduría. ¿Desarrolladores de software? No se diga más. Pero esa estrategia, que parece la más segura (y por eso se activa la sudoración del papá cuyo hijo anuncia que va a estudiar filosofía), cada vez es más riesgosa:
En esta nueva era conviene más mirar la oferta -es decir a uno mismo- que a la demanda. El mérito profesional surge no del diploma sino de qué tan competente es el individuo para resolver problemas. Los que dicen que hay que aprender toda la vida porque los trabajos se vuelven obsoletos cometen la que T.S Eliot llamaba la peor traición: dicen la cosa correcta por la razón incorrecta. Se aprende toda la vida porque entre más valioso el individuo más valor puede crear y -ojalá- más valor capturar (claro que ese último pedazo de la ecuación es un lío por sí solo y tema para otra entrega).
Esta no es una diatriba en contra de las universidades; creo que las estadísticas seguirán apuntando a que no hay decisión más inteligente para la gran mayoría que ir a una buena universidad. Lo que digo es que el que salga de la universidad con diploma en mano exigiendo que le den trabajo en lo que estudió se va a sorprender al advertir que el capitalismo no es acerca de proveer igual número de trabajos para la cantidad de diplomas que salen al mercado. El capitalismo es acerca de crear valor y para eso nada más crucial que cada quien se obsesione con volverse una persona valiosa.
Recomendación de la semana
Mi nuevo hábito preferido:
Miro Instagram una vez a la semana, los lunes descargo la aplicación, me desatraso, contesto mensajes, promociono nuestro libro (best seller) y después me desentiendo. Lo recomiendo.
Esta semana en Atemporal: Entrevisté a Gloria Valencia Cadavid, autora del libro El GEA, la historia completa sobre el origen del Grupo Empresarial Antioqueño, Jaime Michelsen, Ardila Lülle y esa época movida de los 70 y 80 en Antioquia y Colombia.
Esta edición del newsletter es traida a ustedes por Somos Internet. En una industria en la que el usuario promedio no solo no está contento con su servicio de internet sino que habla mal de su proveedor, Somos Internet tiene tasas de satisfacción de usuario arrolladoramente positivas. Esto es porque -a diferencia de las compañías tradicionales- Somos no terceriza su servicio al cliente, ni alquila los cables de internet. Somos es dueño de sus cables, de su servicio al cliente, y del internet de fibra óptica más veloz del país (hasta 2GB!).
Con más de 25.000 usuarios en Medellín, Somos ahora está entrando a Bogotá y tiene para los seguidores de este newsletter una oferta especial: 50% de descuento en los primeros tres meses. Vayan a somosinternet.co/atemporal para acceder a la oferta.
Héchele una ojeada a "The Case Against Education" del economista Bryan Caplan.
Gracias por compartir. Coincido con que es mejor escoger algo en lo que uno pueda explotar sus talentos. Yo soy ingeniera electrónica, y aunque ahora no diseño tarjetas ni reviso hardware, utilizo otras habilidades, duras y blandas, que aprendí en mi trabajo. Tuve luego que estudiar más para encontrar un lugar en el mundo laboral, pero si tuviera que volver a escoger, yo volvería a escoger mi carrera, es donde soy más yo.