Odio incumplir un compromiso. Decía Carolina Sanín, en un curso sobre Homero, que prometer es afirmar que uno podrá llevar a cabo algo en el futuro, a pesar de que desconoce ese futuro y no lo controla. Al prometer, uno está anunciando que es más que un mortal o, cuando menos, que va acompañado de los dioses. Algo así dijo Carolina. No sé si es el hecho de perder la compañía divina lo que me perturba o si tiene que ver con que el incumplimiento es el rasgo que más detesto de la gente de Bogotá (rolo que no quede mal tiene sangre provinciana), el caso es que me sulfuro cuando alguien me cancela un plan y el remordimiento es peor si soy yo el que lo hace. Por eso fue que casi no me atrevo a cancelar el partido de squash el día antes de ganarme la beca. Siquiera lo hice. Podría decir, incluso, que gracias a ¿los dioses? lo hice.
Cancelé mi partido de squash —cosa que, por cierto, no fue grave (salvo que uno considere que las promesas son sagradas)— para poder ir a comer con Juan David, que estaba de paso en Medellín. Durante la comida, Juan David me hizo dos preguntas sobre la entrevista que tendría al día siguiente con Tyler Cowen, que definiría si me ganaba la beca. Eran preguntas básicas de pitch —¿por qué yo?, ¿por qué ahora?—, pero yo ni siquiera las había considerado. Entre los dos construimos el pitch que le haría al día siguiente a Tyler.
Al otro día, estaba sufriendo durante la entrevista más difícil de mi vida (escuchen el podcast de Tyler para que vean el calibre de sus preguntas). Podía sentir, a medida que las palabras terminaban de resbalar de la lengua, cuán amargas me salían y cuán deficientes eran las respuestas que constituían. En un punto me convencí de que había desprediciado la oportunidad. De repente el interrogatorio se detuvo. Ahora era mi turno de interrogar a Tyler. «Esto sí lo sé hacer», pensé. Esa segunda parte de la entrevista salió mucho mejor. Pasé de estar contra las cuerdas a saltar ligero sobre la lona. Ya cómodo, vi la apertura y metí el pitch; el mismo que no habría tenido de no haber cancelado el partido de squash. Creo que de no ser por ese pitch, Tyler no me habría escogido.
Ese pitch había nacido de las preguntas de Juan David y estaba reforzado por datos que solo llegaron a mi mente por haber entrevistado días antes a Mateo y Sebastián sobre la estrategia emergente para Antioquia. Era mi pitch pero al mismo tiempo no era propiamiento mío.
A veces me cuesta sentirme merecedor de mis logros. Alguien me dijo, y creo que no le falta razón, que ese es un típico síntoma del síndrome del impostor. Pero yo creo que hay otra explicación. Una que tiene que ver con la manera como trabajo. En breve, con que mi trabajo es, de una manera no evidente, un esfuerzo colectivo.
Mi proceso de aplicación a Emergent Ventures es un buen ejemplo. Puedo contar al menos a diez personas que participaron en ese proceso conmigo. Ellos no sabían que hacían parte de un «proceso». Desde su perspectiva, me hicieron un pequeño favor. Desde la mía, fueron parte de un entramado necesario para sacar adelante el proyecto. Esos diez personajes no están juntos en ningún grupo de whatsapp, la mayoría no se conocen entre sí, y ninguno aceptó formalmente embarcarse en la aplicación para una beca. Tan solo me echaron la mano en diferentes momentos del proceso. El uno me advirtió sobre la existencia de la beca. La otra me ayudó con un par de líneas del ensayo. El otro me hizo reescribir el ensayo casi desde el principio que porque le faltaba punch (tenía razón). Diez cerebros se prestaron para construir una aplicación más potente que la que toda mi concentración podría haber conjurado.
Pienso en mi carrera y casi siempre he trabajado así. Tercerizando. Preguntando a este qué opina. Contándole a esta mi plan de acción. Tratando toda decisión que he venido tejiendo en mi mente como un borrador presto a ser pulido. Llámenlo la estrategia del cerebro descentralizado. Es una maravilla, y casi nadie la aplica.
Gracias a nuestro estado tecnológico, escribe Reid Hoffman en Startup of You —que, por cierto, da un excelente marco para enfrentar la carrera—, «los costos transaccionales de interactuar con tu red son tan bajos que tiene sentido aprovechar la inteligencia de la red no solo para los grandes retos de la carrera —como encontrar un buen trabajo— sino para una amplia gama de situaciones cotidianas».
Todos estamos inmersos en una red de inteligencia, pocos la aprovechamos. Es curioso porque hace ya meses que no me pasa que me tope con una persona ambiciosa menor de treinta que no diga que necesita un mentor. Estoy seguro que muchas de las dudas y disyuntivas para las que creen que necesitan un mentor podrían resolverlas activando sus redes de inteligencia. Como dice Hoffman, en el siglo XXI, el primo lejano exitoso (o al menos experimentado) no está tan lejos.
Si el costo de activar la red no es como en antaño cuando había que confiarle a la bondad del Creador que la carta llegara a la dirección indicada o cuando había que hipotecar la casa para poder pagar los doce minutos de llamada internacional, ¿entonces por qué no hay tantas personas que viven sus carreras profesionales en público, haciendo uso de sus redes? Creo que hay dos grandes obstáculos.
El primero es instintivo. Tendemos a guardarnos las ideas. Todavía tiene fuerza la tesis de que las ideas son valiosas por sí solas y —todavía más escandaloso— que hoy en día es posible tener ideas originales. Esta actitud de aferrarse a las ideas como si fueran tesoros es lo que explica que uno se entere de que el tío Jairo fue la primera persona a la que se le ocurrió la idea de montar una empresa de domicilios solo cuando ya existe Rappi. El tío Jairo nunca socializó la idea porque la consideraba tan valiosa que debía guardarla, como los 68 dólares que llevó a República Dominicana, en la caja fuerte del hotel. Así como Jairo, es probable que tu-profesional-en-ascenso-preferido se reserve sus anhelos más profundos por temor a que se los roben o a que se los juzguen, lo que me lleva al segundo punto.
Somos tan malos para dar feedback como para recibirlo. Ya antes he escrito sobre la práctica de procesar feedback y lo difícil que resulta. Nos incomoda, nos revuelca, nos desentusiasma. Grave problema pues una de las rutas más expeditas de aprendizaje es la de la tortura, o sea, la del feedback personalizado que nos dan personas experimentadas o sabias (¡no le pidan feedback a cualquier peatón!). El consejo personalizado es, de hecho, una de las tres virtudes que le encuentra Hoffman a la inteligencia de red. Y uno se lo pierde si no activa la red, es decir, si no vive la carrera profesional en público, si elige mantenerse recluido como quien aspira a morir a título de genio incomprendido.
Los costos de trabajar en público son triviales cuando se comparan con los beneficios. Y es que con la estrategia del cerebro descentralizado uno cosecha lo mejor de cinco, diez, quince cerebros, y por ahí derecho se cuela en lo que nuestros amigos marketeros llaman el top of mind de la gente. Pero yo creo que top of mind no le hace justicia a lo que uno logra: uno termina acampando en el inside mind, pegando afiches en la mucosa cerebral. Y suele ser el caso que cuando alguien necesita consejo sobre aplicar a becas o tiene en frente una oportunidad jugosa a ser compartida, de repente se le aparece frente a los ojos de la mente la cara del único individuo que no le tuvo miedo a que le juzgaran sus ideas.
Recomendación de la semana
Libro: Startup of You de Reid Hoffman y Ben Casnocha
Muy buen libro sobre la carrera profesional.
Creo que toca unos temas clave como la mentalidad iterativa (prueba y error), y hacer un inventario de los activos que uno, como profesional, tiene.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Luis Carlos Valenzuela, ministro de minas (1998-1999), que era célebre por lo combativo y por lo genio. El Luis Carlos de hoy mira hacia atrás como si ese ministro fuera un personaje casi de ficción, uno que le cuesta reconocer. Fue fascinante esta conversación sobre las élites en Colombia, la corrupción (según Valenzuela no es ni siquiera uno de los principales problemas del país), lo que Francia hizo bien en la posguerra, y más!
Esta edición del newsletter es posible gracias a COMFAMA. Me gusta la definición que tienen en COMFAMA sobre la clase media como una mentalidad en la que uno se hace cargo de la propia vida. Para hacerlo, creo, vale la pena aprovechar la inteligencia de nuestras redes. Esa es la forma de reivindicar el trabajo como un verdadero valor, pues el trabajo efectivo es el que crea nuevas oportunidades y el que, finalmente, consolida un mejor futuro.
Pueden conocer más de esa visión de la clase media acá.
Sr. Acevedo, que buen mensaje, dan ganas de poner a prueba lo del cerebro descentralizado. El podcast de esta semana va de maravilla y lleva un hilo conductor con varios temas del pasado y seguro del futuro, temas que salen a flote de vez en cuando, como la figura casi omnipresente del Virgilio y Nicanor, de los cuales no dudo usted nos ha impregnado de curiosidad (me imagino que no soy el único), debo decir que de un tiempo para acá esa curiosidad (no lo culpo) me llevó a descubrir un tema del cual jamás había oído, y creo por lo menos para mí es una obligación descubrir en totalidad, el tema es la Leyenda Negra de la Hispanidad, cómo una estrategia de guerra del siglo XVII para destruir al imperio hispano ha socavado la autoestima hispánica de la mayoría, intentando despojarnos de nuestro orgullo e identidad no para vanagloriarnos de lo que fuimos sino para no ser lo que podemos llegar a ser, por ejemplo oír la entrevista del Sr. Valenzuela me afianza en un intermedio entre la “Leyenda Negra” y la “Leyenda Rosa” de la conquista que nos tiene hoy como un pueblo (me incluyo como el primero) carente de conocimiento y rumbo político, y que callamos las voces de los que si son iluminados o por lo menos ven más allá “La Elite”. Para cumplir con el propósito me hice a una copia de varios libros como la Biografía de Bolívar (Lievano), un resumen de la Historia Básica de Colombia (Javier Ocampo), la trilogía de Marcelo Gullo (Madre Patria, Nada por lo que pedir Perdón y Lo que América le debe a España), Hernán Cortés (Miguel Zunzunegui), y para ver la otra cara de la moneda las Venas abiertas de América y algunos textos de Bartolomé de las Casas. Todo esto para decir como escribió Phill Knight en the Doge Shoe “parte del éxito es la Actitud” o mejor dicho creernos que somos y podemos, por lo tanto podemos aportar a la sociedad y el cambio, que no tengo que extraerme para salvar mi cuero sino por lo contrario ser parte de esta sociedad y renovarla.
PD: Les envié un correo a sus amigos de terrenal (A&A) con este tema y algunas referencias que les puede interesar, de pronto lo puedan profundizar en alguna entrevista.
Saludos
Diego Chavarría
La maravilla de convocar a la inteligencia colectiva.
"Polemos pater panton" [la guerra es el padre de todo] dijo Heráclito; tener la valentía y la humildad de pasar del monólogo al diálogo, crea valor inmediatamente.