Entre las miles de frases que lee uno todo el tiempo en internet, hay una que vive rent-free en mi cabeza. ¿Si no pudieras contárselo a nadie, igual lo harías? Si uno fuera a aplicarle esa frase a instagram depuraría el 70% del feed, acabaría con el turismo en Dubai, desaparecerían los letreros de neón de los restaurantes de Medellín, y el Banco de Bogotá perdería ese segmento curioso de clientes que son los que se endeudan para ir al Estereo Picnic. La vida, nos hemos venido dando cuenta, se ha vuelto más que todo performativa. Posar para la foto, acumular experiencias, vivir para contarla. Es un performance en el que hacemos cosas sobre todo para poder decir que las hicimos.
Mi amigo Juan Pablo Ramirez observaba una cosa que me parece que viene al caso. A lo largo de la historia el ser humano ha perseguido la épica. Los andaluces se embarcaban hacia el nuevo mundo, en un viaje peligroso y de desenlace incierto, para tener una historia qué contar (y para salir de deudas, pero eso es otro cuento). La épica que nos tocó a nosotros es tan fácil de lograr -y tan genérica- que ya poco de épica le queda. Los primeros viajeros a África congregaban al pueblo, y con razón, pues todo el mundo quería oir sus aventuras; los viajeros de hoy no nos deslumbran pues su carrete de fotos del safari lo podemos imaginar ya.
Es una pulsión perenne la de vivir para tener algo que contar. Pero hoy lo que hay por contar es una misma versión del mismo album panini de experiencias que todos corremos por llenar.
El modelo, me da la sensación, se está agotando. Y no está del todo claro que es lo que va a reemplazarlo. A veces pienso que será un comeback católico. Pero eso también está por verse.
Recomendación de la semana
Poema de Macedonio Fernandez:
Amor se fue; mientras duró
de todo hizo placer
Cuando se fue
nada dejó que no doliera.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Simón Posada, autor de La tierra de los tesoros tristes, sobre la coca, el oro, el museo del oro y la esquiva identidad colombiana.
Esta edición del newsletter es traida a ustedes por Somos Internet. En una industria en la que el usuario promedio no solo no está contento con su servicio de internet sino que habla mal de su proveedor, Somos Internet tiene tasas de satisfacción de usuario arrolladoramente positivas. Esto es porque -a diferencia de las compañías tradicionales- Somos no terceriza su servicio al cliente, ni alquila los cables de internet. Somos es dueño de sus cables, de su servicio al cliente, y del internet de fibra óptica más veloz del país (hasta 2GB!).
Somos es el futuro del internet y está decidiendo hacia dónde expandir su fibra en Bogotá según las solicitudes de sus usuarios. Así que aprovechen esta oferta: 50% de descuento en los primeros tres meses. Vayan a somosinternet.co/atemporal para acceder a la oferta.
Excelente ensayo, pero discrepo. Creer que vivimos en un vacío épico es un error de perspectiva. La historia nunca fue una sucesión constante de historias deslumbrantes. Hubo épocas inmóviles, siglos enteros donde nada parecía cambiar. Pero hoy confundimos velocidad con vacío. El vértigo de la acción, la compulsión por el “like”, la ansiedad del éxito inmediato, nos hace creer que no hay historias que contar. Lo efímero se impone sobre lo duradero. La impaciencia devora la épica.
Sin embargo, vivimos un momento inédito. La aceleración misma es un fenómeno épico. El mundo se fragmenta y se despliega en nuevas dimensiones. Nos asomamos a rincones del universo que antes eran apenas ficción. La imaginación de Asimov y la contemplación de Sagan hoy se materializan. Pero el asombro se marchita en la monotonía de lo inmediato. Hemos perdido la capacidad de contemplar. Damos todo por hecho.
Lo que antes era mito hoy se materializa: computadoras cuánticas que desafían la lógica clásica, androides que interrogan nuestra humanidad, cohetes reutilizables que banalizan lo extraordinario. Lo prodigioso se vuelve cotidiano y, por eso, invisible. Este momento es quizás la mayor transformación social y tecnológica en la historia.
En dos siglos, la humanidad se ha proyectado fuera del planeta, ha creado materiales que desafían la comprensión, ha comenzado a desentrañar la antimateria y la materia oscura. Todo eso ocurre mientras declaramos que no hay nada que contar?. No es que falten épicas. Falta atención, falta paciencia, falta profundidad. Tal vez las historias más grandiosas ya se están escribiendo, pero nuestra mirada superficial no las alcanza.
Bien!
Dos comentarios:
1) El "comeback" es factible (no sé si será "católico"); las sociedades y las personas por su inmadurez son pendulares y el caso más sintomático es Irán, que de manera progresiva a partir de los años 50s se abrió a Occidente (la mentalidad individual que describís es Occidental y Persia la experimentó integralmente) y que tras la revolución islámica, dio un vuelco de 180° regresando al país a un oscurantismo religioso propio de la edad media. Es decir, hay cosas peores...
2) Más que "tener algo que contar", estamos en una sociedad intoxicada de la Dopamina que genera el reconocimiento social por tener algo que mostrar, por tener algo que presumir, por lucir el placer del ratico sin más estructura o consciencia de las implicaciones de largo plazo. Dubai se convirtió en un destino común (vulgar) que ha hecho común a las personas que lo anuncian con orgullo, ocultando el costo que asumen por dicha travesía.