Cuando Klopp anunció que se retiraría como entrenador del Liverpool al final de temporada pensé que era otra de sus jugadas maestras. Su última jugada.
El anuncio, pensé, escurriría talento extra de una escuadra limitada. Limitadísima, si se la compara con el City de Guardiola. Pensé que el anuncio incluso podría hacer de Darwin Nuñez una superestrella, pero ya está claro que pasará a las estadísticas (porque la historia no le guardará cupo) como un jugador promedio.
Pensé que la movida maestra de Klopp compensaría la escasez de fútbol con mística, como cuando ganamos la final de la copa de la liga con quinceañeros solo porque teníamos en la banca un genio alemán que no paraba de sonreír. Ganaríamos la Premier y despediríamos a Klopp como se lo merece. Y se lo merece porque nunca antes un técnico de fútbol ha devuelto la alegría de vivir como lo hizo Jurgen Klopp. Me pareció por un momento que este era el último hilo que ataba redondita una historia perfecta que contaríamos el resto de nuestras vidas.
Pero llegó abril -mes horribilis- y la aspiración de un final feliz se deshizo de la manera más dolorosa. Perdimos; no después de darlo todo, sino jugando quizás el fútbol más impotente que hemos producido en nueve años y, lo peor, ante rivales menores.
La historia de Klopp en Liverpool es injusta por donde se le mire. Se retirará con un solo título de liga a pesar de haber terminado dos temporadas por encima de 90 puntos. Es el resultado de competir contra el City de Guardiola, cosa que debería ser ilegal (cosa que parece es ilegal). Pero más injusto es no poder despedir a Klopp, que ha comparado su estilo de juego con el heavy metal, en medio de una explosión final de euforia. Tendremos que conformarnos con un violín suave de despedida, cambio de música acorde para quien llegó hecho un joven y se retira ya un sabio.
No creo que sea efecto colateral de haberse criado con películas de Disney este anhelo por el final feliz. El que ha tenido una buena vida quisiera que la ceremonia final fuera más parecida a una gala con sus seres queridos que a una procesión por consultorios médicos y hospitales. Es difícil decir que la muerte prematura de un hijo es siquiera un final: parece más una interrupción. Tal vez la más injusta de todas. Son, en todo caso, cosas de la vida. Y comparado con ellas, el final anticlimático de Klopp es menor y amerita tanta atención como los gritos resentidos de fanáticos en el estadio.
Tan abrumadora es la realidad de los finales (esto es, que casi nunca son felices), que parece que la única respuesta es refugiarse en el estoicismo, remedio por excelencia de las eras desprovistas de esperanza. Esta es, creo yo, la trampa que vale la pena resistir. La de asumir que todo final será triste y que conviene anestesiarse emocionalmente de por vida. La aniquilación budista del deseo solo porque uno de ellos probó ser esquivo. La recogida interna ante la incapacidad de actuar efectivamente en el mundo. El atrincheramiento final. La elección definitiva de la paz interna a costa de la aventura externa.
Es mucho pedir, lo sé. Pedirle a quien superó la tormenta que baje las defensas y se lance nuevamente al mar. Arriesgar la guerra contra los elementos y renunciar a la paz ganada solo para aventurar un final feliz que posiblemente tampoco sucederá.
Es un precio alto a pagar, quizás el más alto. Pero me parece que es la tarea esencial: renunciar al reposo indiferente del cínico, evitar la apatía egoista del estoico, y lanzarse una vez más con la esperanza de que esta vez sí va a haber final feliz.
Recomendación de la semana
Playlist: Canciones 13%
Hace ya años armamos esta playlist. La sigo usando para trabajar.
Está en Spotify.
Esta semana en Atemporal: Conversé con David Gelvez, Phd de la universidad de Yale, sobre la matriz complejidad vs intensidad a la hora de escoger trabajo, lo que los datos revelan sobre la decisión de Hugo Chávez de cerrar la frontera, y más!
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Aquí pueden conocer el catálogo de libros para préstamo que tiene COMFAMA en sus bibliotecas, algunos de ellos en versión digital.
Muy bacano...!
A mí me ha ayudado mucho una frase de Epicteto: "No intentes que las cosas sucedan tal como deseas; antes bien, desea las cosas tal y como suceden"