Cuando pueda volver...
Mi discurso sobre Venezuela
Me invitaron a dar unas palabras inaugurales en una cena para celebrar a las personas que han trabajado por la integración colombo-venezolana. Esto dije:
Muchas gracias a la Fundación Konrad Adenauer por invitarme a compartir con ustedes esta noche y a dar estas palabras. Tengo que decir que si bien me siento muy honrado de que me hayan confiado esta tarea, también soy consciente de que es una trampa. Y es que después de los discursos que vimos ayer, todo lo que yo intente estará destinado a fracasar. No voy entonces a intentar emular esa grandeza que vivimos ayer, sino que me limitaré a decir unas palabras de lo que Venezuela ha sido -y quizás más importante- de lo que Venezuela se ha vuelto para mí.
Hasta hace unos pocos años, Venezuela no había sido importante en mi vida. En la de mi tío, en cambio, si fue importante porque él exportaba ropa interior a Venezuela y se quebró cuando Chávez dio la orden de cerrar la frontera. Pero ese era mi tío y no yo. Me acuerdo, eso sí, de las tensiones con Chávez que se desataron cuando el gobierno de Uribe arremetió contra los cabecillas de las FARC, sin importar dónde estuvieran escondidos. Fue la primera vez que una noticia capturaba la atención de nosotros, que éramos niños de colegio, y me acuerdo que alguien puso un pequeño televisor en el que vimos a algún representante del gobierno colombiano defender lo que se había hecho ante un organismo multilateral. Fue la primera vez también que escuché hablar de “reservistas del ejército”, pues como Chávez había ordenado a los tanques venezolanos desplazarse a la frontera se hablaba de una guerra contra Venezuela y nosotros, niños de colegio, estábamos preocupados de si iríamos a ser llamados a enlistarnos.
Para mi mente adolescente de ese entonces, Chávez era un presidente cualquiera. Era como Uribe, solo que los distinguía su ideología. Aunque esa palabra no estaba en mi léxico, que era adolescente también por no decir modesto. Quizás lo que me parecía es que era diferente en sus maneras a Uribe. El uno serio, flaco; el otro gordo y alegre. Supongo que lo que me imaginaba era que Uribe tenía claro quiénes eran los de las FARC y por qué había que derrotarlos y de pronto Chávez, en esa gozadera en la que andaba, no se había dado por enterado y por eso hablaba de diálogo y de paz. Les recuerdo que la ingenuidad durante la adolescencia no solo es normal sino que es bien vista.
No sabía entonces lo que hoy en día ya no cabe duda: que Chávez no era un presidente cualquiera, sino uno que había sido electo en democracia y que guardaba el objetivo oculto de acabar con la democracia desde adentro. Igualito a Hitler, con la diferencia, claro, de que Hitler era menos discreto y no escondió su espíritu dictatorial. Chávez, también como Hitler, tras haber fracasado en tomarse el poder por las armas había llegado a la conclusión de que la vía eran las urnas. Es increíble lo mucho que rima la historia cuando uno para a fijarse en ella.
Cuando yo era adolescente Chávez ya era un dictador y aunque yo no lo sabía, ya muchos venezolanos, y quizás muchos de los que están acá hoy, lo venían advirtiendo. Es cierto lo que dijo ayer el señor del Nobel: los venezolanos han intentado por todos los medios hacerse escuchar y el mundo ha elegido taparse los oídos. Esperemos que ya por fin empecemos a escucharlos.
No hace falta que repita aquí las atrocidades que el chavismo ha cometido. Ni que describa cómo, en su proceso de adueñarse de un país y robárselo a los venezolanos, ha terminado por destruirlo. Ya ustedes conocen las cifras. Ya ustedes han sufrido las atrocidades.
Vuelvo entonces a lo que Venezuela ha sido en mi vida. Durante muchos años, casi nada. Ni siquiera cuando encerrados por la pandemia escuchábamos gritos desgarradores de refugiados que preferían enfrentar las circunstancias más difíciles a someterse al yugo de la tiranía. Pero esa era su tragedia, pensábamos. No la nuestra.
Luego todo cambió para mí con la llamada de un amigo banquero. Quién iba a creerlo. Me llamó para sugerirme una entrevistada para mi podcast, que en ese entonces era de historia reciente de Colombia. Me dijo que yo tenía que conocer a Gabriela Febres-Cordero y preguntarle por Venezuela. Así hice y desde entonces me sumergí en la historia de Venezuela, que es fascinante, es inverosímil (incluso más, creo yo, que la colombiana), y, como no, es trágica.
En este evento estamos celebrando la amistad entre colombianos y venezolanos. Y tengo que admitir que mi relación con Venezuela nació por vía del drama; su drama, que hoy me parece que es nuestro drama. Hay días en los que -y esto es una confesión- escucho una y otra vez esa canción de Danny Ocean que dice “Cuando pueda volver quisiera llevarte a Los roques” y se me aguan los ojos. No sabía que uno puede sentir nostalgia por un sitio que no conoce. Esa frase, Cuando pueda volver quisiera llevarte a Los roques, me parece que sintetiza perfectamente el anhelo: volver a un país -a su país-, enterrar el drama, y poder gozar de todo lo que Venezuela puede llegar a ser.
Cuando me invitaron a dar estas palabras dudé en aceptar porque me pareció que mi relación con Venezuela es demasiado reciente y mi aporte a la amistad entre Venezuela y Colombia es, por ahora, demasiado modesto. Pero acepté finalmente porque creo que mi historia es alentadora de lo que puede suceder cuando uno se interesa por su vecino y descubre, en poco tiempo, que el destino de Venezuela está ligado al destino de Colombia. Que su drama es nuestro drama. Que su historia -suele pasar con la historia- rima con la nuestra.
Preparándome para una entrevista con Luis Pacheco, que fue alto ejecutivo de PDVSA, me puse a esculcar en su twitter y me encontré con una vieja publicación que él había reposteado. Era una frase de mi película preferida, El señor de los Anillos. Es una escena en la que Frodo le dice a Gandalf, “quisiera que nada de esto hubiera sucedido”, y este le responde: “No podemos elegir los tiempos en los que nos toca vivir, lo único que podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”.
No hace falta explicar por qué es conmovedor que uno de tantos venezolanos exiliados haya reposteado esa frase en los días en los que la dictadura de Maduro se robó las elecciones más recientes. Pero más allá de la frase, me parece que la película es apropiada para lo que he hablado hoy. Y es que El señor de los Anillos es un drama total, pero también es una película sobre la amistad y sobre cómo las tragedias hacen más amigos a los amigos y hacen amigos a los que nunca pensaron en poder ser amigos.
El sociólogo venezolano Tulio Hernández, otro entrevistado de mi podcast, me conmovió profundamente con la dedicatoria que escribió en su libro: “Para Andrés Acevedo, amigo mío y de Venezuela”. Es uno de los grandes honores de mi vida. Ustedes también me honran al escuchar estas reflexiones íntimas y sinceras.
Que viva Venezuela libre. Y que viva Colombia libre de chavismo.
Muchas gracias.
Recomendación de la semana:
Esta semana en Atemporal: Entrevisté a Juan Manuel Urrutia, que era secretario del consejo de ministros de la presidencia de Belisario Betancur y estuvo en los hechos del Palacio de Justicia. Con esta entrevista rompe 40 años de silencio.



Esto llega al alma, que bello discurso.
Gracias por compartir este discurso, Andrés.
Mi mayor deseo es que, de alguna forma, la mayoría de los venezolanos de bien puedan regresar a nuestra tierra.
Extraño muchísimo a mis amigos, familiares y colegas, y anhelo el día en que podamos reencontrarnos en una Venezuela próspera.