El consejo más brusco de Daniel Bilbao es a la vez su consejo más acertado. Cuando un emprendedor novato le pide sugerencias, Bilbao contesta brusco: «cambiá de amigos».
La idea detrás es que al emprendedor novato le conviene rodearse de empresarios fogueados. Si quiere sobrevivir —ni qué decir tener éxito— más le vale abrirle cupo a nuevas amistades en su círculo cercano. El nuevo grupo de amigos trae un compendio de experiencias acumuladas y aprendizajes validados en el fuego del mercado que son vitales para el novato. Fíjense que el consejo de Bilbao no tiene que ver con plata, a pesar de que estamos hablando del mundo de los negocios. Bilbao recomienda adquirir capital, pero capital social. Un tipo de capital del que se habla menos, pero cuya importancia, podría argumentarse, supera a la del capital económico. Tan importante es el capital social que en Colombia, por ejemplo, el 67% de los empleados consiguieron su puesto de trabajo gracias a su red de amigos y familiares.
Pero el valor más significativo del capital social no es tangible sino que es casi invisible. Se transmite como un virus: de manera silenciosa y sin que contagiado y contagiante tengan que ponerse de acuerdo. «Incluso los estados emocionales pueden ser transmitidos a través de una red», anota Niall Ferguson en su libro The Square and the Tower. Así, «los estudiantes con roomates estudiosos se vuelven más estudiosos. Los comensales que se sientan al lado de los comilones terminan comiendo más de la cuenta». Esa emulación inconsciente, esa adopción espontanea de las creencias implícitas de un grupo social, termina siendo la consecuencia más significativa de cambiar de amigos.
El ejecutivo que sobrevive a su tercer infarto y se une al grupo de corredores empieza a sentirse un hombre nuevo. Y eso sucede, en parte, porque ha adquirido una disciplina de ejercicio y además porque en su grupo de corredores tiene acceso a información de calidad sobre cómo entrenar e —incluso— sobre cómo alimentarse. Pero lo que en realidad explica la transformación radical del candidato al cuarto infarto es que así como los universitarios que se le arriman a los estudiosos se vuelven más estudiosos y los comensales que se sientan en la mesa de los comilones se vuelven glotones, los ejecutivos que estresaban al límite sus miocardios al amistarse con gente de pulsaciones sanas terminan volviéndose atléticos.
El potencial transformador del capital social nos ha llegado en versión de frase catchy que es en todo caso cierta. Uno es el promedio de las cinco personas con las que más pasa tiempo. El que cambia de amigos, como sugiere Bilbao, empieza a ver el mundo con nuevos ojos. Con gafas prestadas, si se quiere. Lo que antes le parecía imposible ahora no solo le parece posible sino que le parece bastante lograble. Si al amigo le pagan 7 millones de pesos por opinar en una junta directiva, ¿por qué no a él?
La reconfiguración de las cinco personas con las que uno más se asocia reconfigura los paradigmas bajo los cuales uno vive: unos se rompen, otros, que uno no consideraba sensatos, saltan a la vista. Tyler Cowen repite una y otra vez que lo más bondadoso que puede hacerse por un joven ambicioso es recalibrarle la ambición. Mostrarle que podría llegar más lejos de lo que se está planteando. Sugerirle que apunte un par de grados por encima de su visión inicial. Uno de los seis wise men (el grupo de amigos más influyente en el destino de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial) decía que se había propuesto entrar a Harvard no por el curriculum académico ni por los profesores de la institución, sino para poder correr con los veloces (run with the swift).
Tan fundamental es el capital social que el economista Raj Chetty encontró que el predictor más fuerte de movilidad social —que la gente ascienda en la escala social— es la proporción de amigos ricos entre personas pobres. No es que el amigo rico le preste plata al pobre, es que, para ser cansón, el que se amista con un estudioso se vuelve estudioso, el que departe con glotones se vuelve comilón, y el que empieza a correr con los veloces se vuelve más veloz de lo que alguna vez imaginó poder ser.
Para ser un tema de tanta trascendencia es muy poca su presencia en la conversación pública. La joven que pide consejo espera que la pongan a hacer tareas que dependen de ella, no ve venir el «ve, cambiá de amigos». Salvo los que tienen alma de urbanistas, que resaltan una y otra vez la importancia de que la ciudad sea un escenario de encuentro entre clases sociales, uno no ve a los políticos hablando del capital social y de las amistades entre ricos y pobres. Por cada 1.000 economistas especialistas en crecimiento económico habrá 10 que saben mucho de capital social.
Pudiendo contagiar riqueza, seguimos atrapados por el paradigma de que el único camino es crearla.
Recomendación de la semana
Video: Primera reunión entre Pastrana y Tirofijo
Me pareció fascinante este documento histórico de la primera reunión —aún Pastrana no se posesionaba— entre el presidente y el comandante de las FARC, antes de empezar los fallidos diálogos del Caguán. Algunos elementos interesantes:
El non chalance de Pastrana que no da muestras de nerviosismo a pesar de estar a merced de las FARC. Eso contrasta con la absoluta emoción de Victor G. Ricardo que se siente —y lo dice varias veces— parte de un momento histórico (lo histórico luego probaría ser su negligencia como comisionado para la paz).
La actitud de Marulanda que oscila entre humildad campesina —quién sabe si impostada— y voz de mando (solo hablaba Marulanda, a pesar de que ahí estaba también el Monojojoy. Pastrana, en cambio, alternaba con Victor G.).
Salen a relucir los dos rasgos que dicen ser los principales de Pastrana. Primero, su carisma y frescura: una guerrillera le ofrece «aguita o gaseosa» y Pastrana, el presidente, le pide más bien «un tintico». Luego de eso se come con ganas —y con las manos— un desayuno que no he podido identificar qué fue. Y su segundo rasgo: se recuesta en lo que decían le gustaba —y lo que salió bien de su gobierno— el tema internacional. Se pasa la reunión hablando, más que de asuntos nacionales, de traer al proceso países amigos o de que tal u otro país tienen plata que podrían destinar al proceso de paz.
El que identifique qué se desayunó ese día en la selva, por favor me avisa. Link a Youtube.
Esta semana en Atemporal: Conversé con Juan Pablo Zuluaga, cofundador de Mis propias finanzas, sobre pensar en grande, crear proyectos ambiciosos, la disciplina que le dio el Golf y su educación en Washington.
Andres, muchas gracias por traer este tipo de temas tan importantes para nuestra sociedad, pero que pasan desapercibidos hasta en ambientes académicos, porque nos hemos concentrado en las cosas que brillan más o traen más espectadores.
El desayuno ese dia fue patacón, carne frita y queso
Andres, que buen podcast, conversaciones fascinantes y todos dejan algo, contagian lo bueno, inspiran.
Saludos